Jesucristo, ampliación del horizonte humano
La fe cristiana es encuentro personal y comunitario con una Persona y unos acontecimientos que abren horizonte nuevo y da nueva orientación a la existencia. Más que tener Jesucristo en su cabeza, el creyente cristiano es poseído y inmerso en Jesucristo, Palabra inagotable de vida que responde a tres interrogantes decisivos: quién soy yo, cómo relacionarme con el otro, qué puedo esperar.
“Soy amado, luego existo” Como humano experimento la tensión entre lo que soy y lo que ansío ser. En ese desajuste nunca domino plenitud que barrunto, y así en mis anhelos más profundos soy un enigma para mi mismo No logro superar el desequilibro que me tensiona ni con los momentos de felicidad que pasan apenas llegan, ni con los éxitos que muy pronto se esfuman ¿Dónde hallar la roca firme que dé consistencia y razón a mi vida?
En el encuentro con Jesucristo me siento acogido por Alguien que, siendo esencialmente bueno, me ama incondicionalmente. Más íntimo que mi propia intimidad, y de mi parte antes de que lo invoque, me realizo humanamente cuando dejo que su benevolente cercanía emerja en mi propia conducta. Esa presencia de amor me libera del miedo a los dioses, del apego a los falsos absolutos y de la esclavitud a prácticas religiosas. He sido puesto en manos de mi propia decisión, pero no estoy sólo, el Padre está conmigo. Me origina, me sostiene y me impulsa para que mi libertad proceda en el amor y mi humanización no quede a medio camino.
“Los derechos humanos tienen algo de divino”. Para crecer en humanidad y para que la soledad no me ahogue, necesito salir de la propia tierra e ir al otro; el amor es respuesta gozosa y gratificante a la vocación humana. Pero si el otro es amenaza para mi seguridad ¿no he de considerarle como enemigo que debo eliminar cuanto antes?
La fe cristiana o encuentro con Jesucristo da nuevos ojos para descubrir que en el otro, con su irrepetible singularidad, Dios también está viniendo como amor y fuente de vida. Cada uno somos su imagen, relato histórico de esa presencia encarnada en el dinamismo histórico. Nuestros derechos humanos tienen algo de divino y en la frente llevamos escrita la señal que nos dignifica: “no matarás”. La fe cristiana dota de nuevos ojos para mirar a los demás como hermanos y para vislumbrar en el latido de la creación entera esa Palabra que a todo da vida y aliento.
Puedo mirar confiadamente al porvenir. Es el fruto de la fe cristiana o encuentro con Jesucristo. La espera que de algún modo brota en la entraña del dinamismo humano, puede madurar en esperanza. Jesús de Nazaret, que, movido a compasión, pasó por el mundo haciendo el bien, curando enfermos y combatiendo las fuerzas del mal, ha vencido a la muerte y su victoria es primicia de una gran cosecha, puerta que abrió el amor y nunca se cerrará. Caen los futuros amenazantes - enfermedad, vejez, agotamiento- que nos entristecen, y sobran profetas de calamidades. Nuestro futuro está habitado por un amor gratuito en cuyos brazos ya caminamos, y cuya “advertencia amorosa”, gustada en lo cotidiano, garantiza que, ocurra lo que ocurra, Dios es para nosotros Padre y Madre, “Abba”, ternura infinita y fuente de vida.