La estrella de Belén (comentario sobre la Navidad)
Siempre que nos acercamos a la Navidad y a la fiesta que en torno a ella se celebra no pasan desapercibidos muchos elementos como el pesebre, el árbol, los regalos, los villancicos y, por supuesto, la estrella de Belén. Esta última, asociada directamente a los llamados «magos de oriente», que según el evangelista Mateo puso a los sabios en camino, en busca de algo que en su momento aún no les quedaba claro.
Artistas como Giotto ya desde el siglo XIV se dieron a la tarea de plasmar en sus murales la adoración de los Reyes Magos con la estrella de fondo, así como el emblemático mosaico de la iglesia de San Apolonio en Rávena, que muestra a los Magos dejándose guiar por dicha estrella.
La estrella llama la atención, pero más importante es lo que simboliza: al Cristo que acaba de nacer.
Sin embargo, para nuestra tradición cristiana, los sabios viajaron siguiendo la estrella, la cual se detuvo justo donde había nacido el Mesías esperado en el país de los judíos. Diversas explicaciones han surgido sobre este hecho: una de las más representativas es la de Kepler, quien con la «supernova» (estrella que produce una explosión colosal provocando a lo largo de semanas y meses un intenso brillo) intentó explicar astronómicamente el fenómeno de la estrella de Belén. Otra explicación más teológica es la de san Juan Crisóstomo, quien afirmó que no fue una verdadera estrella, sino una fuerza invisible que tomó la apariencia de una, quitando, de alguna manera, la importancia al prodigio de la estrella y dejando claro que se trata de una manifestación de Dios.
Así, la idea antigua de que los cuerpos celestes poseían poderes divinos que determinaban el destino de los hombres queda superada; más bien la constelación se convierte en una primera señal de todo el proceso salvífico para la humanidad, que inicia con el nacimiento del Salvador. O como afirma Ratzinger: «Esa constelación no podría haber hablado a esos hombres si estos no hubiesen sido tocados de otra manera: si no hubiesen sido interiormente tocados por la esperanza en la estrella que habría de surgir de Jacob».
La estrella nos revela una imagen interesante: el cosmos se desborda anunciando la llegada del Salvador, el universo habla del Mesías, los astros reconocen a su Señor, al Señor que llega a regir la tierra, que «regirá el orbe con justicia y a los pueblos con rectitud». Bien es cierto que la estrella llama mucho nuestra atención, como hizo con los Magos en su momento, pero no podemos perder de vista que lo importante no es la estrella, sino lo que esta simboliza: al Cristo que acaba de nacer, el cual no nace para un pueblo, sino para «toda raza, pueblo, lengua y nación», es decir, su salvación alcanza a toda la humanidad.
Los Magos fueron guiados por la estrella y la estrella era guiada por el Niño: el astro no determina el destino del Niño, sino que el Dios que acaba de nacer determinará el destino de los hombres y mujeres de todos los tiempos. A ejemplo de los sabios de oriente, acudamos al llamado, atendamos las señales y los signos de los tiempos, preparemos nuestros regalos, emprendamos camino y adoremos al Salvador en todo su esplendor.