La filosofía: una cuestión vital
El pasado 22 de diciembre hacía compañía a Fr. José Luis Gago en el hospital. Él estaba tranquilo, así que, mientras tanto, yo leía una introducción a la teología medieval. Y al leer sobre Escoto Eriúgena me acordé súbitamente de que tenía que escribir esto, de que Ángel me lo había pedido hace semanas.
Un par de horas después, José Luis fallecía, de modo que cuando llegué a casa ya ni me acordé de que tenía que escribir nada. Pero ahora sí. Estaba leyendo, mientras allí andaba, la soberbia construcción de Eriúgena sobre el exitus y el redditus de las criaturas, su salida de Dios y su retorno a Dios. ¡¡Qué casualidad!! La filosofía, claro está, nos sirve para dar sentido al mundo, a la realidad y a las cosas que pasan. O para postular sinsentido, según quien tome las riendas del asunto. Es bien cierto que en los orígenes de la Orden hubo ciertos debates entre los que defendían que sólo había que estudiar teología y los que defendían que la filosofía era igualmente importante.
Obviamente, esa disputa no se puede trasladar sin más de época. La sospecha de los teólogos era que la filosofía degenerase en dialéctica vacía, en una de esas escolásticas que se han dado entre los estudiosos de un autor o una época y que no llevan a ninguna parte… Hoy hay muchísimo de eso también. No hace falta más que ir a un congreso de exégetas de un autor o de una corriente para ver como una coma en un texto les hace discutir durante horas. ¿Y para qué? Probablemente los que sospechaban de la filosofía se temiesen eso, temiesen el riesgo de convertir la reflexión en un puro juego de abalorios que sólo sirve para adornar en las estanterías.
En fin, la cuestión es que el estudio de la filosofía, y de la filosofía con su especificidad, ha sido casi un mandato en nuestra Orden. Porque la filosofía, a pesar de haber dado origen a tantas otras disciplinas, se ha reservado una cierta especificidad, una cierta apertura cuidadosa y prudente en su manera de contemplar la realidad, la posibilidad de contemplar el mundo y la existencia con la convicción de que siempre existe una reserva de significado pendiente. Nada está cerrado, nada está acabado por haber sido sometido por el método.
La realidad siempre nos sorprende. Y eso es lo que me dijo Escoto poco antes y después de que José Luis se fuese: exitus, redditus. Luego, claro está, Santo Tomás de Aquino lo diría mejor.
A lo mejor un vistazo a sus consejos al estudiante son de utilidad:
“Ya que me preguntas, carísimo hermano en Cristo, cómo debes estudiar para adquirir el tesoro de la ciencia, mi consejo es el siguiente.
No te lances de pronto al mar, sino acércate por los riachuelos, porque a lo difícil se ha de llegar por lo fácil. Te mando que seas tardo para hablar y para ir a distracciones; abraza la pureza de conciencia; date a la oración; procura permanecer en tu celda, si quieres entrar un día en el templo del saber; sé amable con todos; no te preocupes de lo que hacen los demás; no tengas demasiada familiaridad con nadie, pues la excesiva familiaridad engendra desprecio y roba tiempo al estudio; huye sobre todo de perder el tiempo; imita a los santos y a los buenos; guarda en la memoria todo lo bueno que oigas, sin reparar en quién lo dijo; trata de entender cuanto leas y oigas; cuando tengas alguna duda, aclárala; acumula cuantos conocimientos puedas en el arca de tu mente, como quien trata de llenar un vaso; no busques lo que sea superior a tus fuerzas.
Si sigues estos pasos producirás copiosas ramas y frutos en la viña del Señor. Cúmplelo y alcanzarás lo que deseas.”