La misión de la Orden en el Vicariato de América del Sur
El Vicariato de la Provincia de Hispania en América del Sur abarca los países de Uruguay y Paraguay, con una presencia además en la ciudad de Buenos Aires (Argentina). Desde 1925, en continuidad con la acción misionera de la antigua Provincia de Aragón, dos objetivos han marcado nuestra misión hasta el día de hoy: la implantación de la Orden y evangelizar desde nuestro carisma dominicano en la Iglesia local.
¿Cómo llevamos adelante estos dos objetivos? En los inicios del Vicariato, colabo-ramos con la Provincia Argentina de San Agustín atendiendo dos parroquias, en San Luis y Santa Fe. De ahí la fundación posterior de la casa San José de Buenos Aires. Una casa que ha jugado un papel importante como lugar de formación de los estudiantes de teología del Vicariato. En ella funciona, hace más de 35 años, el Centro de Estudios Santo Tomás de Aquino que se ha dedicado a la formación inicial de la vida religiosa. Por sus aulas pasan la mayoría de los formandos de las Congregaciones que residen tanto en Buenos Aires como en el interior de Argentina. Para el Vicariato ha sido además una escuela de aprendizaje para la tarea formadora.
La presencia dominicana se interrumpió en Uruguay y Paraguay tras la independencia de las colonias españolas en América. En 1937 iniciamos nuestra misión en Montevideo y en 1969 en Asunción. Volver como dominicos a ambos países implicaba el desafío de im-plantar la Orden. Varios años realizamos el noviciado en Montevideo. El estudiantado de filosofía, está actualmente en Asunción. Hoy en día, más de la mitad de los hermanos que constituimos el Vicariato han nacido en América.
Para la implantación de la Orden hemos priorizado la formación inicial de las voca-ciones surgidas en nuestros países y más recientemente, cuidando la pastoral juvenil y voca-cional en Uruguay y Paraguay. Desarrollamos dicha pastoral en conjunto con la Familia Dominicana del lugar. Trabajamos con las denominadas “Redes Vocacionales”. Un pro-grama de acompañamiento a lo largo de doce encuentros en los que cada joven es acompa-ñado por un fraile, una hermana o un laico, en su proceso de discernimiento vocacional, a la vez que tiene convivencias, retiros y elabora unas fichas de trabajo personal. Está siendo un revulsivo importante en la pastoral juvenil de nuestras parroquias y en la animación del MJD especialmente en Paraguay. Muchos jóvenes descubren así la dimensión misionera de su vocación cristiana como predicadores o predicadoras y algunos, incluso, se han plantea-do ya el ingreso en la Orden.
El Vicariato de América del Sur se ha caracterizado desde los orígenes por combinar la opción por los pobres con el servicio doctrinal. En cualquiera de nuestras presencias, en-cuentras hermanos dando clases de teología, filosofía o religión en alguna Universidad, Instituto o Colegio, a la vez que estamos comprometidos en algún trabajo de promoción y solidaridad con los más pobres. Lo hacemos desde una variedad de servicios. Quizás los más conocidos sean la inserción en un barrio marginal de Asunción, llamado Bañado Ta-cumbú y con los campesinos del interior de Paraguay, en San Roque González; en Monte-video en la parroquia “Santísima Trinidad” que abarca una enorme extensión a las afueras de la ciudad; y en el Gran Buenos Aires por el trabajo que llevan a cabo en la parroquia “Madre de Dios” los fines de semana los estudiantes de teología.
No es casual dicha combinación en la misión del Vicariato. En buena parte ha influi-do la realidad de los países a lo que hemos sido enviados a predicar. Como en toda Améri-ca Latina, en Paraguay y Uruguay la pobreza es endémica y condena a la exclusión a millo-nes de personas. Como dominicos no podemos dar la espalda a esta realidad inhumana que contradice tan frontalmente los designios de Dios de un mundo más justo e igualitario. Pero también tienen la singularidad, en el caso de Paraguay, de ser un país bilingüe, tanto el cas-tellano como el guaraní son idiomas oficiales; y de ser el laicismo una característica que ha forjado la identidad de Uruguay como nación. Ambas singularidades, no sólo desafían nuestra predicación, sino que nos obligan, además, a inculturarnos como evangelizadores, integrando los valores propios de cada país a la hora de anunciar el Evangelio, para que éste pueda ser entendible e incida en la realidad.
Lógicamente, también repercute en el estilo de vida de nuestras comunidades. Ma-yormente pequeñas, la fraternidad y el contacto con la realidad que nos envuelve les dan una idiosincrasia dominicana propia a la hora de vivir la oración, el estudio, el diálogo co-munitario y la corresponsabilidad. Hoy, estamos apostando por consolidar un convento en Paraguay, con el deseo de que sea un referente para la vida y misión del futuro de nuestro Vicariato en América del Sur. Signos de esperanza que nos ilusionan a todos.