La muerte, ¿fin o tránsito…?

La muerte, ¿fin o tránsito…?

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Couvent du Saint-Nom-de-Jèsus, Lyon

El hecho de la muerte constituye para nosotros una certeza inamovible. La muerte es la suerte común de todos los hombres. Todos a lo largo de nuestra vida hemos tenido alguna vez experiencia de muerte: en la enfermedad, en el sufrimiento, en la muerte de los familiares y amigos, en la vejez… En fin, todos sabemos que la muerte no es para nosotros una probabilidad sino una certeza. Todos sabemos que hemos de morir algún día, y, es más, sabemos que debemos morir.

La muerte es solo un tránsito para la resurrección.

La muerte a lo largo de la vida nos va haciendo guiños; nos va haciendo adquirir conciencia de su realidad. Y quizá en estos días de coronavirus, días en los que «la amenaza de la muerte flota en el aire» y los distintos medios de comunicación se encargan de repasarnos diariamente las cifras de fallecidos, se nos hacen más patentes esos guiños y nos vamos haciendo más conscientes de esa trágica e inevitable realidad que atenta contra nuestra voluntad de existir. La conciencia de la muerte, desde los tiempos más remotos, ha llevado al ser humano a manifestar una creencia sobre una existencia después de esta vida y a cuestionarse sobre el porqué de esta triste realidad.

Ya en el primer libro de la Biblia encontramos noticias sobre el fenómeno humano de la muerte. Para la Sagrada Escritura la muerte es consecuencia de algo que pudo haber sido evitado: el pecado. Por el pecado, según el testimonio bíblico, entró la muerte en el mundo. San Pablo expresa esta idea con bastante claridad en su carta a los Romanos: «por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por él la muerte» (5,12); pero también en la misma carta afirma el apóstol que, si por la desobediencia de uno (Adán) entró el pecado en el mundo, y como consecuencia la muerte, por la obediencia de otro (Cristo) todos volverán a la vida (cf. 5,17).

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Los cristianos creemos con san Pablo que por el bautismo nos hemos incorporado a la muerte de Jesús y por él también a su resurrección. Creemos que en el bautismo morimos al pecado y participamos de la resurrección de Jesús (cf. Rm 6,3-5). Jesús, con su muerte y resurrección, derrotó a la muerte y confirió a nuestra muerte una perspectiva salvífica. Por eso, a pesar de que nos entristezca la certeza de que hemos de morir algún día y nos produzca mucho dolor y vacío la muerte de nuestros seres queridos, sabemos y creemos que la muerte es solo un tránsito para la resurrección, es un tránsito para una vida en plenitud con Dios.

En estos tiempos difíciles de coronavirus y de muerte, estas palabras de Cristo nos pueden servir de aliento: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25-26).