La Música en la Orden de Predicadores
La música es una de las artes más universales. También es muy personal debido a que no todo el mundo tiene los mismos gustos musicales. Incluso sobre un mismo autor o una misma composición habrá diferencias a la hora de escoger una obra o al mejor intérprete de la misma. Y el mismo sonido que a algunos causa sosiego, reposo o placer, puede provocar la ira o la incomprensión de otros. Pero hoy no toca hablar de la música en general, sino dentro del contexto de la Orden de Predicadores.
Dentro de la Orden el campo de acción sigue siendo muy variado y extenso. Esto hace imposible abarcar todos los ámbitos en una sola reflexión. Podríamos ver la reflexión o el análisis que han hecho sobre la música, ya sea sacra o profana, algunos de los grandes personajes de nuestra Orden como santo Tomás de Aquino. También cómo algunos hermanos han vividos dedicados a la música. Tal es el caso de fray Tomás de Santa María que fue tanto compositor como organista. Cabe destacar, aunque sea de pasada, su obra Arte de tañer fantasía, así para tecla como para vihuela, editada en 1565 en Valladolid, de donde fuera fraile y organista.
O comentar la composición o letra de algunas piezas musicales muy utilizadas por nuestra liturgia como la Salve o la antífona O spem miram. Otra opción sería centrarse en el análisis de algún códice de los monasterios de monjas contemplativas, como el de las dominicas de Bolonia. Y dentro de los monasterios también podríamos intentar sacar a la luz alguna obra u obras cuya autora nos es conocida, como sor Bárbara de Santo Domingo del Monasterio “Madre de Dios”, Sevilla. Pero lo importante aquí es ver la importancia que ha tenido la música, y especialmente el canto, dentro de la Orden y de su liturgia.
En la Introducción General al Propio de la Orden la música es considerada como uno de los signos y medios que más ayudan a la asamblea a entrar en diálogo con Dios . Por tanto no podemos considerarla un aditivo una cosa aparte de la misma oración. Los mismos salmos de la liturgia nos invitan a cantar (98) porque es bueno (146). De ahí que se recomiende encarecidamente el uso del canto dentro de nuestra liturgia. Si nos remontamos a los orígenes de la Orden la importancia del canto era mucho mayor.
En pleno siglo XIII nadie podía concebir una liturgia, ya sea monacal o canonical, que no fuera cantada. Todo se hacía cantado: Misa, Oficio Diurno y Nocturno. No encontramos recomendaciones sobre el canto en los primeros capítulos y no aparecerán hasta más adelante ante el descuido de la liturgia por parte de algunos frailes. Sólo que se realice la mandado por el Maestro de la Orden Humberto de Romans . De ahí la importancia en aquella época de la figura del cantor. Éste contaba con la ayuda de un subcantor. Era el encargado de los ensayos, de la dirección durante la liturgia, hacía los turnos de los oficios tanto para los días de feria como para las fiestas y solemnidades, donde escogía a los más preparados .
Lo que algunos denominan canto gregoriano dominicano sería una forma propia de interpretación y adaptación de las melodías gregorianas ya existentes. Esto se hace siguiendo una máxima dentro de cómo debe cantarse el oficio divino en la Orden: breviter et succincte (brevemente y ágilmente). La interpretación tenía que contar con una buena pronunciación, buen ritmo, sin demasiada lentitud, respetando las pausas, distinguiendo las sílabas, sin prolongar el final de las palabras ni las cadencias y con una correcta pronunciación de lo que se cantaba. Las melodías dominicanas son sencillas y normalmente sin gran ornamentación. Esto era para no interferir en el estudio y la predicación. Ejemplo de sencillez y belleza sería la antífona O lumen. En ella podemos observar ciertas similitudes con el Sanctus VIII (Misa de Angelis), compuesto en torno al siglo XII o incluso del XI. Sin embargo no está tan ornamentada como el Sanctus y la interpretación sería mucho más ligera, ágil. Destacar de esta época la introducción del canto de la Salve al finalizar el rezo de Completas.
Este fervor musical seguirá hasta la segunda mitad del siglo XIV y la primera del siglo XV. En esa época varios capítulos insistirán en la importancia del rezo y del canto. Así pues, en algunos momentos de nuestra historia no podían ingresar como novicios aquellos que no tuvieran buena voz o por lo menos capacidad musical. En 1871 se insiste en el deber de cantar todo el Oficio. Ya en esta época se pasa del canto adornado al tono recto o declamación monocorde . Hoy en día, las constituciones actuales, en el n. 65, consideran que se deben cantar algunas partes del oficio divino, sobre todo aquellas que están pensadas para el canto en sí mismo. Esto es tanto para la Liturgia de la Horas como para la celebración de la Eucaristía. No especifican cómo debe cantarse, dejando a la comunidad la libre elección (semitonado, monocorde, ornamentado…).
Ciertamente, hoy debemos seguir la máxima de breviter et succincte en nuestras celebraciones. Por ello no debemos desterrar el canto de ellas. Debemos hacerlo con agilidad y belleza, siendo conscientes de nuestras limitaciones. Corremos el riego de que se convierta en un fin si perdemos de vista que es un medio para llegar a Dios. El canto ha formado parte de nuestra historia y ha ayudado a muchos hermanos nuestros a acercarse cada vez más a Dios. Porque el canto a nuestro Señor debe ser entusiasta, atento y devoto. Es la participación armónica del alma y del cuerpo en el culto. Es un medio de comunicación del amor de Dios y una ayuda a los menos preparados a orar interiormente . Y aquellos que tengan gran sensibilidad musical y a la vez una gran capacidad contemplativa, podrán ahondar aún más en el Silencio de Dios, después de “cantar” esta música cuasi-celestial que es el canto coral.