La pregunta sobre el sentido de la vida
Una de las características que definen al ser humano es su capacidad de asombro. Desde pequeño, este no deja de asombrase y plantear preguntas sobre todo lo que no comprende o llama su atención. El hombre, como ser racional, posee una capacidad natural que le permite interrogarse sobre las cosas: se pregunta acerca de sí mismo y acera de la realidad desbordante que le envuelve. El ser humano, a diferencia de los otros animales, es un ser que se hace preguntas. El hombre es un ser en búsqueda de respuestas a las grandes y enigmáticas preguntas que le inquietan. No se sacia con nada de lo que ve, huele, toca o experimenta. Se interroga sobre sí mismo, sobre el sentido de su vida, que en el fondo es la cuestión sobre el fundamento de su existencia, lo cual le lleva a la cuestión de Dios.
La pregunta sobre el sentido de la vida constituye una de las grandes y profundas cuestiones que se plantea el ser humano a lo largo de su existencia. Esta pregunta brota con frecuencia en los momentos más difíciles de la vida, como pueden ser: el fallecimiento de un ser querido, un sufrimiento, la pérdida de un empleo, una enfermedad grave, la traición de un amigo o pareja, etc., etc.
Muchos de nosotros hemos vivido alguna vez momentos difíciles, y seguro que más de uno nos hemos preguntado si merecía la pena seguir luchando; nos hemos planteado grandes cuestiones existenciales como: ¿Quién soy yo? ¿Para qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de nuestra existencia? ¿De dónde vengo yo y de dónde viene todo lo que existe? ¿Qué me espera después de la muerte? ¿Por qué existe el mal y el sufrimiento? Podríamos resumir estas grandes cuestiones en la siguiente: ¿Realmente tiene sentido nuestra existencia?
Todas estas cuestiones, ciertamente, pueden ser una fuente de motivación para seguir viviendo y para asumir las propias obligaciones, como puede ilustrarnos el siguiente testimonio: «Mi suegra tiene 90 años y mi suegro 91, son totalmente distintos de carácter: mi suegra, pesimista, y ahora todos los días se pregunta para qué está aquí y siempre se cree que está mala; mi suegro, muy positivo, y dice que, aunque sabe que ya son muchos años, mientras este aquí quiere vivir lo mejor que él pueda, aunque tenga limitaciones, le gusta leer, oír la radio, ver los debates, charlas con su familia... Eso es tener un motivo para vivir» (Paqui Román).
La pregunta sobre el sentido de la vida, a lo largo de la historia del pensamiento, ha sido un gran objeto de estudio y de reflexión, y esta ha recibido un abanico de respuestas desde diferentes puntos de vitas. Hay quienes han considerado que la vida no tiene ningún sentido, porque el hecho de vivir es en sí mismo casual, no preestablecido. Yo creo que afirmar que la vida no tiene sentido es como afirmar que hemos venido a la vida por puro azar, que la vida es un absurdo y una pura broma sin sentido.
Sin embargo, los que creemos en Jesús no consideramos que el ser humano está en el mundo por puro azar ni que la vida es un absurdo, sino más bien que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, manifestado plenamente en su hijo Jesucristo, y que «Él está a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta es nuestra fe y la esperanza que responde a la pregunta sobre el sentido de la vida. Solo en Jesús, con Jesús y desde Jesús adquiere sentido nuestra existencia, porque Él, en cuanto Dios y plenitud de lo humano, es el guía que orienta al hombre a una vida más feliz y más humana. Solo siguiendo el camino trazado y vivido por el mismo Jesús puede el hombre encontrar respuestas satisfactorias a los grandes interrogantes que anidan en su corazón. Como dice la Gaudium et spes, número 22, «Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».