La vida en el estudiantado dominicano de Valencia
Siete frailes estudiantes y dos frailes formadores somos los que componemos el Estudiantado, que las provincias dominicanas de España tenemos en el Convento de Predicadores de Valencia. Vivimos en una comunidad con otros diez frailes profesos, algunos de ellos profesores de nuestra Facultad de Teología.
Nuestros estudiantes llegan a esta comunidad después de haber pasado por el prenoviciado y noviciado y haber emitido la profesión simple. La formación, en sus distintas etapas y de manera progresiva, intenta mostrar a los formandos en qué consiste ser dominico, cuál es la vida de los dominicos, para que la vayan asimilando y haciéndola suya, una vez que han tocado a nuestra puerta asegurándonos que sienten que Dios les ha llamado a seguir a su Hijo Jesús de Nazaret por este camino que trazó Santo Domingo de Guzmán, nuestro Fundador.
Nuestras Constituciones reconocen dos puntos importantes: que la formación es un proceso que “dura toda la vida” y que es al “candidato al que le incumbe la primera responsabilidad de su propia formación”, bajo la dirección de los formadores.
Nuestra “marca” viene determinada por la vida fraterna comunitaria, los votos de obediencia, pobreza y castidad, la celebración de la liturgia comunitaria, principalmente de la eucaristía y el oficio divino, la oración personal, el estudio asiduo y las observancias regulares. “Estos elementos trabados entre sí, equilibrados armoniosamente y fecundándose los unos a los otros, constituyen en su síntesis la vida propia de la Orden. Una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza deben emanar de la abundancia de la contemplación”.
Si este es nuestro sello de identidad, la formación busca que los estudiantes vivan todos esos elementos vitales, se inicien en ellos y vayan haciéndolos carne de su carne. Aunque en todo momento hay que atender a todos ellos, puesto esencial y prioritario en esta etapa le corresponde al estudio. Todos los estudiantes cursan los cinco años de estudios institucionales de filosofía y teología, alcanzando lo que ahora se llama el Grado y antes Bachiller en teología. Todos, en un período de dos años, deben obtener después la licencia en teología. Con ella se termina el ciclo oficial de los estudios, sabiendo que un dominico debe estudiar toda la vida, en el afán de profundizar continuamente, desde los distintos ángulos del saber, en el evangelio que nos ha regalado Dios a través de Jesucristo, y poder así predicarlo “por todo el mundo”. Para lo cual el contacto y el conocimiento del mundo y de lo que ocurre en él es esencial.
Vivimos en comunidad. Sin descuidar lo que corresponde al ámbito personal, todo entre nosotros lleva el sello comunitario: los momentos de oración, de comidas, de recreación... Los estudiantes van incorporándose progresivamente a la toma de decisiones que adopta la comunidad. Si un aspirante a dominico no es comunitario, no logra poner su proyecto personal al servicio y en subordinación del proyecto comunitario, no sirve para ser dominico. Debe elegir otro camino. En el estudiantado tenemos una reunión semanal donde tratamos de profundizar en temas esenciales de nuestra vida y lo hacemos dando participación a todos, para que se vaya tomando conciencia de la responsabilidad comunitaria, y de que cada uno debemos aportar lo mejor de nosotros a todo lo que trae entre manos la comunidad.
Somos la Orden de Frailes Predicadores. Nuestra misión es predicar el evangelio. Todo en nuestra vida se orienta a este fin. Ya en esta etapa, los frailes estudiantes se inician en el apostolado y en la predicación, y cada uno de ellos tiene alguna actividad evangelizadora. Además, todos los jueves, en el rezo de vísperas, un estudiante comenta la palabra de Dios del día ante la comunidad.
Sabiendo bien que la predicación debe emanar de la abundancia de la contemplación, cada día la comunidad asiste dos veces al coro para celebrar la eucaristía y el oficio divino. Como la persona tiene dos dimensiones esenciales, la comunitaria y la personal, tenemos también un espacio para la oración personal, ese irrenunciable trato amistoso con Dios. Sin este continuo trato con Dios todo se desdibuja en la vida de un fraile dominico.
El secreto de un buen dominico consiste en integrar los elementos vitales que hemos enumerado al principio. Dar a cada uno lo que le corresponde. No inclinarse por unos olvidando otros. Los formadores tenemos la delicada tarea de acompañar a los formandos en sus primeros pasos como dominicos, antes de que vuelen por sí mismos. En nuestra relación con ellos deben prevalecer dos actitudes: la exigencia y la libertad. Exigirles que vivan lo que voluntariamente han elegido, ser dominicos. Darles la libertad para que desde dentro de sí mismos, y no por presión exterior, hagan suyos los elementos vitales dominicanos. Que lleguen a la mayoría de edad dominicana, dando el paso de hacer todo no por obligación, sino por convicción personal.