LA VIDA SACERDOTAL
El sacerdocio es un estilo de vida al que ciertas personas se sienten llamadas y al que dedican toda su vida. Por lo tanto, se trata de una vocación: una llamada radical al seguimiento de Cristo de manera específica. Este sacerdocio puede vivirse de dos formas: el sacerdocio secular o diocesano y el sacerdocio regular o religioso. Tanto el sacerdote religioso como el diocesano ejercen el mismo ministerio sacerdotal en Cristo y para Cristo en favor de la salvación de los hombres; la diferencia se da en la forma de vivirlo.
El ministerio sacerdotal es un servicio al pueblo de Dios
Por un lado, el sacerdote diocesano depende directamente del obispo, lleva una vida personal y se forma en el seminario. No vive un carisma específico. Por otro lado, el sacerdote religioso pertenece a una institución religiosa y vive en comunidad, donde también se forma. Vive un carisma específico, el carisma de la institución, y depende directamente de su superior, pero también debe obediencia al obispo de la diócesis en la que se encuentra la comunidad.
Sin embargo, todos los miembros de la Iglesia, todo el pueblo fiel, están llamados a la misión evangelizadora; por lo tanto, todos son sacerdotes. Todo el pueblo cristiano es sacerdotal por el bautismo, de modo que todo el pueblo está llamado a la evangelización y la participación de la eucaristía. Pero, además de este sacerdocio común, algunos fieles son llamados especialmente a ofrecer el sacrificio eucarístico y recibir poder de perdonar los pecados en favor de los hombres.
Los sacerdotes reciben el sacramento del Orden para evangelizar y celebrar la eucaristía. Su ministerio comienza con la predicación evangélica del sacrificio de Cristo, de donde recibe su fuerza y virtud. Es decir, en la celebración eucarística es donde reside la fuerza y la virtud que necesita el sacerdote para atender constantemente a toda la sociedad. Su función es dar gloria a Dios, que consiste en que los demás acepten al Dios que glorifican y la vida divina que trae ese Dios, es decir, que sean cristianos, que amen y que acepten a Dios. La mejor gloria que el sacerdote puede dar a Dios es conseguir que los hombres lo acepten y, así, vivan la vida divina. La vida divina consiste en que todos seamos hijos de Dios y hermanos de los demás.
Los sacerdotes, aunque hayan sido escogidos para esta misión, son personas del mundo y viven en el mundo; por lo tanto, procuran no separarse de él. Han sido llamados del mundo, de la sociedad, se los ha escogido para ser sacerdotes: están para servir al mundo. Quieren vivir unidos al mundo, saber cuáles son sus realidades y evitar vivir como extranjeros. Sin embargo, tienen que ofrecer algo distinto: el Evangelio de Jesucristo, teniendo en cuenta también que todo lo que prediquen ha de estar en contacto con las vivencias y realidades de la sociedad. Procuran ofrecer al mundo un Evangelio que conecta con las vivencias de las personas, con sus expectativas, deseos y anhelos más profundos. Además, deben tener un trato muy humano con los fieles, siendo sinceros con ellos; en definitiva, tratar fraternalmente a las personas, sin creerse superiores a los demás.
en la celebración eucarística es donde reside la fuerza y la virtud
El ministerio sacerdotal es un servicio al pueblo de Dios; por lo tanto, no debe tomarse como algo por encima de los demás. El sacerdocio no nos da mayor dignidad: no hay mayor dignidad que ser hijos de Dios y hermanos unos de otros. El sacerdocio es para servir al pueblo: un sacerdote es hermano de los otros. El sacerdote es ministro de la palabra de Dios, es ministro de los sacramentos (sobre todo, del sacramento de la eucaristía) y es quien marca, dirige y orienta el sentido del pueblo de Dios.
La entrada a la fe se produce escuchando la palabra de Dios: atender a lo que propone y aceptarlo, a través de la predicación (como explica san Pablo). Esta es una de las tareas del sacerdote. Pero también invitar a la gente a la conversión y a la santidad, que en el fondo es una invitación al seguimiento de Jesús. La eucaristía es fuente y culminación de toda la liturgia y de toda la predicación. Lo es en el sentido de que en la eucaristía no solamente está el sacrificio de Jesús, sino también su vida, muerte y resurrección. Y si murió así es porque vivió así. En el fondo, la vida de Jesús, incluyendo el episodio pascual, nos tiene que dar fuerzas para predicar. Por lo tanto, lo que pretenden los sacerdotes es llevar a la gente a la eucaristía, es decir, que vean la vida, muerte y resurrección de Jesús, y que lo experimenten como la mejor manera de vivir posible.