Más dialogantes, más humanos
Entre los grandes aportes de la tecnología en nuestro tiempo, hay que destacar los avances relacionados con la comunicación. Enviar un texto, una palabra, una imagen, realizar una llamada a una persona que se encuentre en casi cualquier parte del mundo es ya algo sencillo y cotidiano. Sin embargo, pareciera que memes, emojis y stickers amenazan con querer reemplazar nuestra voz y destruir nuestra capacidad de diálogo. Son cada vez más comunes las escenas en las que vemos personas reunidas, pero cada cual prestando más atención al móvil que a quien tiene delante.
Es mucho más fácil transmitir un mensaje que ponernos a dialogar, y por ello nos solemos contentar con lo primero. Perder nuestra capacidad de diálogo es dar un paso hacia atrás, hacia la deshumanización. Y es que dialogar es más que una simple charla, coloquio o un compartir. El auténtico diálogo exige un compromiso con la verdad, que las partes se presenten tal cual son, sin dobleces ni engaños; supone reconocer el valor y la dignidad de la otra persona, independientemente de que se compartan o no las ideas.
Es necesario también aprender a escuchar, escucharnos a nosotros mismos y a los demás para poder comprender, asumir, cambiar, crecer, llegar a acuerdos o entendimientos. Sin estos mínimos no es posible dialogar, y pueden suceder escenas tan tristes e indignantes como las vividas en Cuba el pasado 27 de enero, cuando el Ministro de Cultura agredió verbal y físicamente a un grupo de jóvenes e intelectuales, que pedían precisamente dialogar con las autoridades. Ese es el triste resultado de negarnos a compartir con quien piense diferente: la violencia y la represión.
Los dominicos somos hijos y herederos de la tradición de un hombre que supo dialogar. El encuentro de santo Domingo con el hospedero de Tolosa es un claro ejemplo de esto. No tuvo miedo de compartir, de pasar la noche escuchando y hablando con aquel hombre que pensaba distinto, que era considerado como enemigo de la fe. Movido por el amor, Domingo no solo le enseña, sino que también aprende lo que de verdadero y bueno había en las palabras y la vida de su interlocutor. De estos encuentros aprendió que el diálogo y la predicación deben ir acompañados del ejemplo.
Por ello, adopta un estilo de vida distinto al de los delegados papales, que estaban llenos de pompa y riqueza, para asumir la pobreza evangélica que intentaban vivir los herejes, a los que buscaba convertir. Domingo sabe que la violencia y la represión no son el camino del Evangelio, quizás por eso no hay noticias suyas durante la Cruzada Albigense. Según Jordán de Sajonia —mientras duró la contienda—, santo Domingo se dedicó simplemente a su tarea de predicación de la palabra de Dios.
Los dominicos hoy tenemos la tarea de continuar con lo aprendido de Nuestro Padre. Debemos buscar la forma de abrir caminos de encuentro y diálogo, que ayuden a recuperar los valores aparentemente perdidos, y a descubrir la riqueza de compartir con quien piensa diferente. Instituciones como el Centro Fray Bartolomé de las Casas en el convento de La Habana son ejemplo de cómo se puede poner en práctica lo aprendido de santo Domingo y de la tradición de la Orden. Es muestra del modo como un centro de estudios puede convertirse en un microclima de respeto, encuentro y diálogo auténtico, que luego es irradiado a la sociedad.