«¿Me vas a dejar solo?»
«¿Me vas a dejar solo?»: muchos de vosotros pensaréis que es una mera pregunta trivial. Sin embargo, esta fue la pregunta que me enganchó a los encuentros dominicanos, y os voy a contar por qué.
Uno de mis mejores amigos se había apuntado a un encuentro del MJD, y yo por aquel entonces no tenía ningún interés en ir a ese tipo de eventos. Me resultaban cursis y muy poco eficientes para mi fe; para más inri, eran todos lejos de Valencia, y eso de cuatro horas en coche mínimo, sin poder descansar un fin de semana y regresando el domingo exhausto no iba conmigo… Pero resultaba que, del grupo de fe que teníamos en Valencia, solo iba a ir este amigo mío, así que apeló a mi amistad para convencerme de que fuera. Eso es todo. Esa fue la razón por la que primero me lanzó la pregunta de arriba, y posteriormente por la que acepté ir. Os soy sincero: me supo mal, y acabé apuntado al encuentro para acompañarlo, ni más ni menos. Luego ahí me tienes, en un coche, 400 km, camino de la sierra de Madrid.
Ay, ¡cómo es Dios!, que hasta de este tipo de sentimientos y acciones se vale para tocarnos con su mano. Digo esto porque fue un primer encuentro muy revelador. Fijaos en cómo fue que, por poner un ejemplo, acabé hasta altas horas de la noche hablando con un fraile sobre la jerarquía de la Iglesia, y él dibujando un campo de fútbol para explicármela. Situación que, lejos de parecerles extraña a los del encuentro, ellos mismos la favorecían y animaban.
Durante todo el encuentro no hice otra cosa que flipar, y darme cuenta de lo poco que sabía. No era una sensación agria, pues era la primera vez en dieciocho años que entendía no solo la jerarquía de la Iglesia, sino cómo vivir una eucaristía, vivir la fe en comunidad, o saber predicar a Jesús; todo eso sin ser yo ateo –¡de hecho, estaba ya confirmado!–.
Esto es debido a que en estos encuentros se generan los espacios y tiempos para que uno comparta sus dudas e inquietudes. En mi caso, no porque antes no me atreviese a verbalizarlas, sino que en mi contexto, en mi zona de confort, esas preguntas no surgían: se tenían como ya sabidas. No obstante, ahora puedo decir que el cuestionarse lo ya sabido es una manera preciosa de ahondar en la propia fe, y en la imagen de Dios que cada uno posee. Además, excluyendo a algunos teólogos, consagrados o no, estábamos igual de verdes todos, y eso hacía que no te diera vergüenza decir alguna «tontería».
Así que nada más que deciros, que al revés que santo Tomás, «una y mil veces más». Ya soy un «viejuno» de los encuentros, y cómo no, estaré en el de noviembre (días 16-18). Me siento un afortunado, porque me consta que están las plazas ya completas, y aunque ahora vaya ya a los encuentros con unos años de más (veinticinco), y con un año y pico de profesión religiosa de fraile, sigue siendo una maravillosa oportunidad para profundizar en ese Dios que me ama.
P. D.: Para aquellos que no han podido inscribirse en este de noviembre, tranquilos, que habrá otro en febrero. Nos vemos en el encuentro.