Mi vocación dominicana: la historia de una llamada
Mi nombre es Jesús Nguema Ndong Bindang. Actualmente estoy haciendo el año de noviciado en el convento Santo Tomás de Aquino-Sevilla. Tengo 23 años de edad, soy de Guinea Ecuatorial y voy a compartir con vosotros mi llamada vocacional.
Tuve la gracia de nacer en una familia católica, integrada en una comunidad parroquial. Desde niño, fui educado en la fe, lo que, sin duda, y de forma «inconsciente», preparó mi corazón para el camino vocacional que ahora estoy recorriendo.
Tratando de realizar una retrospección, considero importante el hecho de que, en mi infancia, mi abuela nos llevaba a mis primos y a mí a la iglesia del pueblo, a la misa dominical. Y las veces que nos entreteníamos jugando y nos olvidábamos de ir a misa, siempre nos recordaba que, dado que nuestro abuelo era el catequista del pueblo, sus nietos deberían seguir su ejemplo, yendo a misa cada domingo. Estas palabras de mi abuela y su ejemplo, obviamente, me marcaron.
La experiencia de la infancia hizo que adquiriera el hábito de ir a misa todos los domingos. Pero confieso que lo que hasta entonces era «por tradición», se convirtió en convicción. Aunque, si bien creía en Dios, mi corazón no estaba aún lo suficientemente entregado a Él. Hasta que, un día, allá por el año 2009, vino un amigo –que era monaguillo de la iglesia a la que yo acudía- a invitarme a que fuera a ayudarle a él y a unos amigos a jugar unos partidos de fútbol que organizaba la capilla, con ocasión de la fiesta de nuestra Señora del Pilar, Patrona de la capilla. Acepté la invitación, fui a jugar y, gracias a Dios, ganamos los partidos y nos llevamos el trofeo. Y entre las alegrías y gritos de victoria, mi amigo Raimundo Ondó extendió la invitación, y esta vez no era para disputar otros partidos de futbol, sino para entrar a formar parte del grupo de monaguillos de la capilla. Y yo, como si lo esperara, no di muchas vueltas al asunto, y dije que sí. Un sí que vino a marcar un cambio positivo en mi vida y que marcó un antes y un después en mi relación con Dios.
Acompañado de mi amigo, fui a hablar con el responsable de los monaguillos; el entonces sacristán de la capilla, a quien llamábamos cariñosamente “papa José”. Sin mayores problemas me recibió y me enseñó las principales cosas que debíamos saber los monaguillos. Increíble para mí, pues yo ya era parte de aquello de lo que antes miraba desde lejos: ahora podía observar desde delante todo lo que hacía el sacerdote. En este caso, fue el padre Laureano Ekuaga. Aprovecho esta ocasión de expresarle mis más sinceros agradecimientos.
Año tras año y misa tras misa iba ejerciendo de monaguillo e iba ganando en confianza y responsabilidad en la capilla. También me integré en un grupo juvenil. En síntesis, yo participaba activamente en casi todas las actividades de la capilla. Y la gente que me conocía empezó a conjeturar por dónde iba a ir la cosa. Para muchos ya estaba más que claro que, “de mayor” iba a ser sacerdote. Pero para mí, no lo estaba tan claro. No reparaba en ello, ni me había planteado el tema vocacional; tenía otros planes en mente y no me veía de sacerdote.
En las vacaciones de verano del año 2012, el padre Laureano Ekuaga, que también veía en mí un toque vocacional, me citó y me pidió que le llevara mi historial académico y… ¿para qué querrá mi historial académico? -me pregunté-. Se lo llevé y, después de revisarlo, me preguntó si quería ser seminarista. Tras consultárselo a mis padres, me dieron su aprobación. Y decidí «probar» la experiencia. Pero resultó que el año en que iba a entrar al seminario, ya no se aceptaba a jóvenes mayores de 19 años, que es la edad que tenía entonces. Y, sorprendentemente, al año siguiente empezaron a admitir a jóvenes de 19 e incluso mayores. ¿Curioso verdad? Ante esta situación, el Padre Laureano Ekuaga habló con un fraile dominico llamado Roberto Okón Pocó, y me concertó una cita con él. Por aquel entonces, yo no conocía ni había oído hablar de los dominicos, ni mucho menos de Santo Domingo. Acudí a la cita y estuvimos un rato charlando. Me aceptaron y me invitaron a formar parte del grupo de aspirantes dominicos y a colaborar con un grupo juvenil. También colaboraba en la catequesis y llevaba el grupo de monaguillos. Fue así como conocí a los dominicos. Y desde entonces, y con el acompañamiento de los frailes, se fue concretando mi llamada, con muchas dudas, pero con muchos momentos que fueron parte de la construcción de mi vida en manos de Dios.
Hoy, como fraile dominico, estoy contento y orgulloso de formar parte de este proyecto iniciado por Nuestro Padre. No me imagino otro sitio mejor para responder a esta llamada de Dios a servir a su pueblo a ejemplo de Santo Domingo desde la predicación.
Cuando echo la mirada hacia atrás hoy, me doy cuenta de cómo Dios se sirve de cosas simples y sencillas para actuar y de cómo ha ido actuando en mi vida desde lo cotidiano. Los caminos de Dios sólo los entendemos cuando vamos por ellos.