¿Religiosos deportistas?
Hace poco, mientras estaba corriendo por el río, un laico me preguntó si era posible ser fraile y practicar deporte. Le respondí: «Como puedes ver, yo practico deporte y además es algo que me encanta». La verdad es que la pregunta me sorprendió mucho, pues daba por supuesto la respuesta, pero en efecto yo suponía, y las suposiciones son eso, meros argumentos que aceptas sin constatación de validación. Estuvimos hablando un rato… y, después de nuestro diálogo, comprendí que en el fondo se trataba de una cuestión valorada en términos de normalidad y anormalidad. ¿Qué es lo normal que debe hacer un religioso y en qué aspectos se mueven sus anormalidades? Aquí estaba realmente el punto de interés, a lo cualrespondí:
Un religioso es ante todo una persona enamorada de Dios y un hombre de oración: esta es la columna vertebral de su existencia y la razón de ser de su vocación. Todo lo demás, mejor o peor, normal o anormal, sobra en nuestra vida. En cuanto enamorado de Dios, el religioso solo desea hacer lo que agrada a Dios, igual que hacen los amantes: tanto amante como amado buscan el agrado del otro. En el religioso radica ese deseo de buscar lo que gusta a Dios, lo que es bueno y bello, porque eso ennoblece el corazón y lo hace magnánimo. En cuanto hombre de oración, se traduce en actos de compromiso fundamentalmente con el prójimo, porque el otro es mi primera referencia y el otro, como decía el filósofo Lévinas, tiene un rostro.
Hacer deporte, ir al cine, compartir con los amigos y cuidar del descanso son espacios necesarios para las personas y lo son también para el religioso, que por ser religioso no deja de ser persona. Nuestra vida no anula nuestras necesidades, y mucho menos la persona que somos. Por eso, el camino de seguimiento de Dios cuenta en primer lugar con la base antropológica que somos. No somos religiosos por lo que hacemos, sino por lo que somos.
En fin, que las prácticas y los espacios loables no conviertan en anormal la vida de los consagrados ni hagan de los consagrados esclavos de sus necesidades, sino más bien que enriquezcan la comunidad y que, sobre todo, nos hagan mejores personas, hombres enamorados de Dios y oyentes de su palabra. Este es, sin lugar a dudas, el mejor deporte.