Saber vivir… saber filosofía
Continúa de moda Saber vivir, programa de televisión sobre salud y bienestar (físicos). ¿Realmente sabemos vivir?, ¿tenemos bienestar integral? Sin duda, cuidar el cuerpo es fundamental: es más, somos nuestro cuerpo, no solo lo tenemos. Pero, igualmente, hay que hacerse cargo del alma; y el alma, al igual que el cuerpo, tampoco se cuida sola: necesita alimentarse, enriquecerse, crecer, aprender.
La filosofía puede ser nuestra más fiel aliada en esta empresa: no como una especulación teórica y abstracta, sino como un modo de vida. No se puede hacer filosofía si antes esta no es vivida, si antes uno no se adentra en su lenguaje, modus operandi… y modus vivendi. Las certezas obtenidas por investigación filosófica, en colaboración con otras ciencias (sin olvidar la más excelsa y sagrada: la teología), no son verdades teóricas particulares, sino la verdad existencial universal, con valor intersubjetivo; si bien verdad aún velada y misteriosa en este mundo…
La filosofía perfecciona las condiciones espirituales de los demás (intelectuales, morales, religiosas, etc.). Además de los «pobres materiales», privados de bienes físicos, como el alimento y el agua, las estructuras sociales básicas o la industria, también hay «pobres espirituales», caracterizados por la desinformación, la ausencia de interés o, en suma, la falta de formación filosófica. Paliar y mejorar ambas situaciones es, sin duda, tarea encomiable. No en vano, recordemos tres de las obras de misericordia espirituales, parejas con las materiales: «enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca». Educar en la filosofía es fundamental si queremos construir una sociedad cada vez más justa: la educación es el camino.
En este sentido, la Orden de Predicadores tiene encargada específicamente la misión intelectual de buscar y predicar la veritas, la verdad de Dios, que habla del hombre y del mundo. La verdad no puede enseñarse de cualquier manera, sino con misericordia veritatis, ‘compasión intelectual’. La verdad se manifiesta en el testimonio de vida que tratamos de encarnar los dominicos, y muchos otros hombres buenos. La verdad se enseña con caridad y la caridad manifiesta la verdad. De otro modo, pecaríamos de dos extremos, desgraciadamente acontecidos en la historia de la Iglesia y del mundo en general: la verdad sin amor, que es imposición, y el amor sin verdad, que es dispersión.
La verdad sin amor es imposición, y el amor sin verdad es dispersión.
Actualmente están en boga las ideologías. En el buen sentido, la ideología no tendría por qué confundirnos: «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época» (RAE-ASALE, Diccionario de la lengua española). El problema estriba en idolatrar las ideologías, hasta el punto de convertirlas en un pensamiento único y omniabarcante. En tanto en cuanto haya diálogo y encuentro con las ideas de una cultura o persona, estaremos haciendo filosofía; desde el momento en que se rechace todo pensamiento crítico, habremos dejado de filosofar.
Vivir lo que estudiamos y estudiar lo que vivimos: ¡he aquí la suprema sabiduría!, tesoro anhelado por todos los filósofos, o amantes del saber. Un camino que implica el compromiso de toda la existencia, ¿pero acaso hay cosa mejor que vivir con esencia? Nuestro único enemigo es una vida mediocre y disoluta: frente a esto, la filosofía es la mejor de las terapias. Eso sí, sin dejar de lado la psicología y la medicina: ninguna buena filosofía lo haría.
Y es que no se puede vivir feliz, con un mínimo de calidad vital, sin filosofar. Solo así podremos conocer la verdad de Dios: solo así haremos auténtica filosofía. Saber vivir… ¡saber filosofía!