Sesenta y tres años de fidelidad y servicio
VOCACIÓN DOMINICANA
Puedo decir se fraguó ante todo y en primer lugar dentro de una familia muy creyente, y de una manera especial a través de la vida de piedad de mi querida madre. En segundo lugar, en mi vocación dominicana tuvo una influencia decisiva el Convento de San Esteban de Salamanca, al cual acudía con frecuencia a oír misa, a asistir a las novenas, procesiones, etc...
De entre todas las novenas destacaba la Novena del Rosario, donde acudían a predicar los mejores predicadores de entonces. La Iglesia de San Esteban se llenaba por completo, incluso tenían que traer sillas de tijera que creo le prestaba el ayuntamiento. Entonces la comunidad de frailes dominicos era muy numerosa, pues aparte de los cinco cursos de estudiantes de teología con un promedio de treinta y cinco a cuarenta frailes cada curso, estaba también el amplio grupo de profesores de teología. El sermón duraba al menos media hora, pero como la mayoría eran excelentes oradores, salvo raras excepciones, nunca se me hacían pesados; todo lo contrario: creo que estos predicadores, y el recogimiento que manifestaban aquellos jóvenes teólogos cuando salían en las procesiones que se celebraban casi todos los domingos por el claustro del convento, fueron el origen de mis deseos de ser dominico.
Al terminar el bachillerato en 1952 ingresé en la Orden en Palencia. Frustración para mi querido padre, que deseaba tener un hijo médico en la familia. Tomé el hábito el 15 de Noviembre. Tuvimos un santo Maestro de Novicios: el P. José Merino, que nos inició en la vida dominicana a sesenta y un novicios, solo en aquel año. ¡Eran otros tiempos!
CAMPOS DE PASTORAL
Después de realizar tres cursos de filosofía en Las Caldas de Besaya, el 19 de diciembre de 1959, dentro del cuarto curso de teología, recibí el presbiterado. Al concluir la Teología en el año 1961, recibí mi primer destino al Convento de la Virgen del Camino. En 1970 tuve el privilegio de ser destinado a la parroquia de Quillabamba del Perú, donde junto a unos excelentes hermanos dominicos compartí un atractivo campo de evangelización entre las gentes quechuas del Valle de la Convención. Toda mi gratitud al P. Alfredo Encinas, que aparte de ser un extraordinario compañero y Prior, siempre tuvo un compromiso contagiante con los más necesitados.
Pero el hombre propone y Dios dispone: el año 1977, recibí un aviso urgente para que regresara a España, ya que mi padre tenía una grave enfermedad cancerosa. Si en algún sitio se puede decir que he sido casi insustituible, fue en el hogar familiar, donde llegué por el mes de Abril de 1977, ya que aunque mi madre, a pesar de estar también operada de un tumor intestinal, y mi hermana que siempre estuvo con una salud muy delicada a causa de una tuberculosis mal curada, hicieron una entrega total para atender mi padre, el apoyo y el respaldo de mi presencia les dio fortaleza para atender a mi padre muy enfermo.
Mi padre falleció en 1978, y mi hermana en 1982. Luego acompañé a mi madre hasta que falleció en 1998, pero sin desligarme del Convento de Salamanca, realizando tareas pastorales en unas parroquias rurales, acompañado de un pequeño grupo de estudiantes de teología, y también dando clases de religión en un Instituto y en un colegio privado de monjas.
SANTUARIO DE LA PEÑA DE FRANCIA
Al fallecer mi querida madre, el Prior de Salamanca me propuso que me hiciera cargo del Santuario de la Peña de Francia, del que tenía recuerdos muy satisfactorios de los veranos que pasábamos cuando éramos estudiantes de teología. En Octubre de 1998 me hice cargo del servicio al Santuario de Nuestra de la Peña de Francia, donde llevo desde entonces, y donde he vivido experiencias inolvidables, tanto en los momentos de soledad, tratando de encontrarme con el Buen Dios a través de la guía espiritual de María de Nazaret, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia, así como con el encuentro con las mujeres y hombres creyentes que acuden a manifestar su fe a este maravilloso Santuario.
El numeroso grupo de sencillos devotos que aún acuden a visitar a Nuestra Señora me da ánimo y fuerza para permanecer en la Peña. Después de quince años es muy difícil recordar y hacer una síntesis de los innumerables encuentros con tantas gentes, y las experiencias humano-religiosas de todo tipo que has vivido. Unas veces han sido llenas de alegría celebrando matrimonios, ofreciendo nuevas vidas a Nuestra Señora, o simplemente el encuentro amistoso de unas personas que un buen día manifestaron una gran limpieza y generosidad de vida. Otras veces, hemos tenido que compartir el profundo dolor de una grave enfermedad, de la muerte de un ser querido, el fracaso de un matrimonio, el problema de un hijo alejado de la fe o metido de lleno en la droga….
En todos estos encuentros, el poder compartir los sentimientos más profundos con las personas con las que uno contacta, ha sido un privilegio único, aunque en ocasiones te queda el alma dolorida y sin apenas palabras que ofrecer. Lugares como el Santuario ofrecen este sencillo servicio evangelizador, que apenas te exige nada más que un elemental sentido de acogida, apertura, y un mínimo de sensibilidad. En ocasiones un saludo amable basta para que algunas personas manifiesten espontáneamente algún problema que les preocupa. Ciertamente estas personas compensan con creces todo el sacrificio que puede ser vivir en soledad parte del año, o tener cada poco alguna avería que solucionar, casi siempre a causa de los tormentas o las bajas temperaturas del invierno.
Quisiera cerrar esta pequeña síntesis de mi vida al servicio de la Iglesia haciendo una referencia a la preocupación por la gran crisis y desconcierto que estamos padeciendo en la sociedad en general y que también está afectando a la fe y vida religiosa. Humanamente hablando el horizonte es muy oscuro y lleno de los peores presagios. Pero quizás estemos en vísperas de tiempos nuevos. Lo que si tengo confianza es que la verdad, la justicia, y el auténtico amor, más pronto que tarde, se abrirán caminos en una nueva aurora que supere la profunda oscuridad en que ahora estamos viviendo.
¡Que Nuestra Señora de la Peña de Francia, desde la altura de su Santuario donde tanta belleza y luminosidad de espíritu de percibe, nos ayude a perseverar en la fe y en el seguimiento a su hijo: Nuestro Señor Jesucristo!