Siempre que llueve escampa
Era la expresión de mi difunta abuela en tiempos de dificultad. Cuando todo parecía oscuro, sin salida y sin esperanza, le oía decir: «¡Calma, que siempre que llueve escampa!». Quizás en medio de la pandemia mundial que estamos viviendo una expresión como esta puede darnos algo de luz y también llenarnos de esperanza. El pasado 27 de marzo el Papa, en su bendición urbi et orbi, y haciendo referencia al evangelio de Marcos, momento en el que los discípulos vivían una tempestad en medio de las aguas, nos lanzaba una pregunta: «¿Por qué tenéis miedo?».
«Fuimos salvados en esperanza»
(Rm 8,24)
Probablemente el mayor número de personas respondamos que tenemos miedo a enfermarnos, a perder la vida o a que los nuestros, «aquellos a los que queremos mucho», pierdan su vida. «Vivir no es lo mismo que existir: vivir es un arte, existir es una inercia». En ese sentido, nos toca aprender del momento presente, de la situación actual, de la crisis que nos rodea. Si bien es cierto que amamos la vida por las cosas buenas que nos da, más cierto es que aprendemos a vivir por las cosas malas que nos suceden.
Ahora mismo la consciencia y los valores fundamentales son imprescindibles para que juntos busquemos el bien común. Tranquilidad, fraternidad, sensatez, respeto, prudencia, pulcritud y gratitud hacia aquellos que hacen posible que nuestros enfermos se recuperen. La experiencia nos dice que todos somos hermanos, que nos necesitamos los unos a los otros y que solos no podemos. Es un imperativo que nos cuidemos y que nos cuidemos bien. Hoy amar significa permanecer aislados y evitar todo tipo de contacto, pero el aislamiento socava nuestra propia humanidad y la ausencia del contacto nos frustra: los abuelos están aislados de sus nietos, los amantes están separados unos de otros. Nuestra vida se compone de contactos mutuos: desde lo más íntimo hasta lo más íntimo. En una novela de Jonathan Safran Soer hay un personaje que dice: «Tocarlo fue muy importante para mí. Viví para eso. No puedo explicar por qué». Ahora, amenazado por el coronavirus, el contacto vital puede volverse mortal.
«Siempre que llovió paró», dice la versión popular que conocí al llegar a Europa. Esto también pasará; confiemos en Dios, que es el único que puede darnos una esperanza cierta y creíble: «Fuimos salvados en esperanza» (Rm 8,24). Pero entre todos hagamos que pase cuanto antes, que los enfermos puedan sanar, que los sanos no se contagien por imprudencia, y que aquellos que están arriesgándose para curar a los demás no tengan un trabajo innecesario que se puede evitar desde la empatía y el sentido común.