Testimonio vocacional de Fr. Ariel Herrera
Me llamo Ariel Herrera Borges, novicio dominico cubano, y esta es mi historia, la de un llamado a la vida cristiana, cuya respuesta me ha ido llevando a una mayor entrega. En la comunidad parroquial donde vivía y celebraba mi fe, mi compromiso con los proyectos pastorales se fue haciendo más intenso y central. El contacto con los frailes carmelitas descalzos —que atendían mi comunidad— me había dado una noción del estilo de vida religioso: vivían juntos, rezaban juntos, estudiaban y se preparaban para la misión. Comencé a darme cuenta de que esta forma de vida me interesaba: me llamaban la atención el estudio, la vida común y la entrega al apostolado. Le comenté a uno de los frailes mis inquietudes y le expuse mi deseo de conocer otras comunidades religiosas que pusieran en el estudio un acento especial.
Fue así, acompañado por este fraile, que llegué al convento de los frailes predicadores de La Habana, pidiendo entrevistarme con el promotor vocacional. Comenzó entonces un proceso de acercamiento y conocimiento mutuos (aspirantado) que, al cabo de unos años, me condujo a experimentar más de cerca la vida de la comunidad (prenoviciado): era un paso decisivo; requería alejarme de la casa y la familia, dejar mi vida anterior para comenzar una vida nueva… Dudé, me abrumaba la incertidumbre, pero di el paso. Fueron tiempos de acompañamiento, de formación cristiana y humana, de autoconocimiento y trabajo personal; tiempos donde las ilusiones, la duda y la incertidumbre seguían presentes, y tiempos donde mi relación con Dios se iba tornando más cercana y personal. Así llegó el momento de dar otro paso importante: el noviciado, donde ahora me encuentro.
Estos años –y especialmente el noviciado— me han ayudado (y siguen ayudando) a profundizar en mi relación con Dios y su Palabra, a clarificar mis motivaciones vocacionales y descubrir la riqueza de la vida común, a enfocar el estudio desde una perspectiva de oración y preparación constantes, y a compartir mi experiencia de Dios en el apostolado.
¿Qué he encontrado en la Orden de Predicadores para quedarme? Pongo en primer lugar la vida compartida: esos momentos en que unos desconocidos llegamos a ser hermanos, en los que puedo aportar lo que soy y enriquecerme con la vida de los otros, en los que soy apoyado y contrastado. Estos momentos me ayudan a crecer como persona, a conocerme mejor y a descubrir la presencia de Dios en las cosas cotidianas. Otro elemento para mí importante es el que la vida transcurra en un equilibrio entre unas horas comunes (celebraciones litúrgicas, recreación, comidas) y momentos de gestión personal, porque me ayudan a ser consciente del uso que hago del tiempo y de la acción de Dios en él. También son argumentos importantes para continuar las múltiples formas que puede adoptar nuestro carisma de la predicación y esa equilibrada fórmula de oración-acción que Nuestro Padre Domingo nos dejó también.
Estos años –y especialmente el noviciado— me han ayudado (y siguen ayudando) a profundizar en mi relación con Dios y su Palabra
Puedo decir que esta es la decisión y la aventura más hermosa y arriesgada que he emprendido en mi vida: hermosa, porque me lleva a descubrir a Dios en mi historia, en los hermanos y en lo que acontece, y me lleva a compartirlo; arriesgada, porque acepto el reto de dejarme interrogar y corregir, de mostrarme como soy, y de descubrir que no hay seguridades en este viaje que dura toda la vida.