Testimonio Vocacional de Fray Germán Pravia, OP
Hablar de la vocación es hablar de lo más vital, de quien uno es,…es intentar compartir como una “radiografía” interior… Eso siempre se comprende mejor desde la propia biografía… por eso comparto algunos rasgos de mi historia… Que no es tan corta…
Nací en Montevideo, Uruguay, en 1968, y soy el menor de tres hermanos y una hermana. Crecí en una familia típica uruguaya donde se mezclan el cristianismo y el agnosticismo, la fe y la indiferencia religiosa. Los cuatro hermanos fuimos bautizados, y nuestros padres nos enviaron a todos al mismo colegio religioso del barrio, pero ya de niño iba solo a la misa de la parroquia que quedaba cerca de nuestra casa, estaba aprendiendo a tocar la guitarra y entré a formar parte de un grupete de niños y niñas guitarristas que intentaba “animar” la misa con los cantos. Durante toda la adolescencia continué este servicio de animación musical en la parroquia pero, poco a poco, a este servicio se le sumaron otros: la catequesis, los grupos juveniles, retiros, campamentos…
Hacia los 17 años, al leer las “Confesiones” de San Agustín, comenzó dentro de mí a nacer y a “picar” una inquietud vocacional… pero el anticlericalismo de la cultura en la que había crecido me cuestionaba. ¿Cómo podía ser que yo me sintiera atraído por una vida de consagración en la Iglesia, al servicio de los demás y a un seguimiento de Jesús más totalizante?
Comencé a vivir este llamado y me uní a un grupo de misioneros y misioneras que en Quilmes, Argentina, estaban viviendo la inserción entre los pobres. Este grupo llamado Fraternidad Misionera ha sido fundamental en mi formación como persona, como consagrado y como presbítero. En este grupo recibí el sacramento del Orden en 1993. Aquellos fueron intensos años de itinerancia misionera fecunda y desafiante.
En 2011 llegué, enviado por la Fraternidad, al Bañado Tacumbú, en Asunción del Paraguay, a acompañar y colaborar en la misión que aún hoy lleva la Orden de Predicadores, desde el convento “Santo Domingo Ra’y kuera” con el liderazgo de fray Pedro Velasco. El Bañado Tacumbú es un asentamiento precario en una zona inundable de unas dos mil familias y presenta el desafío de fortalecer la organización comunitaria y eclesial. Con el tiempo, fui también invitado a colaborar puntualmente en la Parroquia que la Orden acompaña en el centro de Asunción, así, tuve la oportunidad de ir conociendo y acercándome a los otros frailes del convento.
La Fraternidad misionera a la que pertenecía atravesaba una situación difícil y, por varios años en el Bañado, estuvimos como misioneros solamente una religiosa y yo. Esto me hizo repensar el lugar desde donde servir al Pueblo de Dios. La comunidad del convento Santo Domingo Ra’y kuera fue para mí, en esos momentos, una presencia interpeladora y significativa. Por eso, solicité comenzar un proceso de discernimiento vocacional en la Orden. Con el tiempo fui tomando conciencia de las sintonías que había entre el modo con el que siempre intenté vivir mi consagración y ministerio y el modo que la Orden proponía… Algunos elementos hicieron eco en mí: Pedro Velasco me transmitió el testimonio de una entrega sin reservas al acompañamiento pastoral y al servicio integral de los pobres. Vivía con ellos y en gran medida como ellos. Me sentí identificado y entusiasmado con su entrega. Luego, conociendo la pequeña comunidad que formaba con el convento de Asunción, me sintía en familia y en casa, con su sentido comunitario, su espontaneidad y su simplicidad fraterna. Cuando visitaba el convento, el silencio reinante se condimentaba con el jolgorio de los momentos compartidos en las sobremesas y en el “tereré” (bebida helada de yerba mate) de las calurosas tardes de Asunción. El estudio y la lectura, el interés por la seriedad académica daba paso a la preocupación por la situación social y al compromiso por la justicia en las reuniones con las personas y en el acompañamiento de los justos reclamos.Personalmente, además de san Agustín, las obras de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y los Ejercicios de Ignacio de Loyola fueron marcando mi vida en una búsqueda de interioridad y de contemplación. Esta búsqueda espiritual la sentí muy correspondida en las conversaciones con los frailes y en lo que observaba en la vida del convento.
Cuando pude leer la vida de Santo Domingo a través del testimonio de Jordán y los primeros frailes (vida que desconocía por completo) me sentí totalmente convencido: ¡Yo quiero vivir así! Pero, a la hora de comenzar un camino de formación en la Orden, a mis casi 50 años (ahora ya tengo 51) me sentía enfrentado a algunos desafíos… después de tantos años de actividad pastoral como presbítero y misionero, debía asumir con paciencia estar más abocado a lo interior que a la misión y, sobretodo, reiniciar un camino de formación implicaba de mi parte mucha docilidad y apertura y saberme siempre aprendiz.
Puedo decir que este tiempo de formación en la Orden ha sido muy rico en experiencias que me han hecho crecer. Como una guitarra que se afina y se templa para que el intérprete ejecute una buena pieza, así siento que la vida de comunidad, la oración, la propuesta de formación, las celebraciones en la parroquia san Jacinto de Sevilla, el estudio de la espiritualidad dominicana, la liturgia y la música han ido afinando y templando mi corazón en una entrega a Jesús y su Reino, al modo de Domingo… y doy gracias a Dios y a los hermanos por todo eso…
Y por último, os cuento que me llamo (y me llaman) Germán Pravia.