Un mundo de Paz
Hablar sobre la paz en sí misma, o sobre su construcción, no es tarea fácil, pero sí que es urgente. Con una mirada histórica no sé si podríamos afirmar que el «pasado fue mejor», o que hemos conducido la humanidad hacia «un futuro de concordia». No obstante, la incapacidad de aseverarlo no puede dejarnos impasibles. Nosotros mismos y nuestro entorno más cercano es el primer sujeto que requiere nuestra dedicación por la paz.
De esta manera, compartiré unos puntos que considero necesarios para integrarla, que no son ni los definitivos ni los únicos, y lo haré apoyándome en las conclusiones del beato Pierre Claverie, obispo dominico de Argel, que tiene más que ganado, con su vida y obra, el poder acudir a él como paradigma.
En primer lugar está afrontar el presente. El encuentro, el diálogo, la convivencia, la co-existencia se conjugan todas en el aquí y el ahora. Si fracasan tantas veces es justo por falta de «presencia», escondiéndose cada cual en ideologías, pasados míticos o sueños ilusorios. Solo saliendo de este enredo, tendremos la oportunidad de observar hechos, doctrinas y personas de otra forma, para con lucidez alcanzar los medios para transformarlas.
Posteriormente estará adaptar la verdad común a la aceptación del otro. En esta actitud no hay hipocresía, como podría pensarse, pues lo esencial en la paz no es afirmar una verdad mía, sino hacerla, realizarla con las personas con las que vivo. La verdad se hace real cuando es aceptada y vivida. A esto debería estar enfocado el diálogo, no simplemente en exponer opiniones basadas en verdades, sino en hacerlas, como por ejemplo con los derechos humanos. Esto por supuesto será más fructífero si comprendemos las razones del obrar del otro, conociendo mejor su historia, cultura, religión, etc.
Por último, nuestra vida se inscribe en un marco social, y deberíamos ser conscientes que estamos llamados al «ser juntos», a una vida en común. Este hecho colectivo tiene que ser visible y legible, no para hacer publicidad, sino porque las personas tienen la necesidad de signos, de acciones realizadas en común, de ahí la importancia de ciertos actos y gestos públicos. De este modo, una vez se da esa «vida en unión», se configuran por sí mismos los lugares en que se desarrolla, y acaban resultando más significativos.
Si nadie se levanta para responder a la discordia, la humanidad seguirá rodando cuesta abajo sin que ni Dios ni el ser humano puedan impedirlo. Por eso nos animamos a que la última palabra sea la llamada al amor, al sí de la paz.