Voz de gracia y esperanza
Nuestro padre Santo Domingo es reconocido por ser un gran apóstol del Medioevo. Fue un hombre dedicado fervientemente a la oración y al estudio, como dijera el papa Gregorio lX: «nunca abandonó ni siquiera por instante la casa del Señor, ni su oficio de maestro y ministro de la de la Iglesia militante, sometiendo siempre la carne al espíritu, la sensibilidad a la razón».
Domingo de Guzmán sentía un gran amor por Dios y, por ende, por los hermanos. Para él la clave de la vida religiosa era el contacto con los demás, se preocupaba mucho para que sus hermanos conocieran el Dios maravilloso, el Dios de Jesucristo. Podemos afirmar que el amor a Dios y al prójimo fue la fuerza, que le impulsó a entregarse sin desmayo a la predicación evangélica; una predicación dirigida a todas las personas, sin distinción. Y es que la predicación no es para algunos, sino para todo ser humano, y ese fue uno de sus legados. Por eso, somos la Orden de Predicadores.
Como ya sabemos, la predicación de nuestro padre Domingo nunca fue de condena, al contrario, fue de acogida y respeto. Nuestra predicación puede caer en el riesgo de la condena y sentirnos superiores por nuestro nivel de estudio o por otras cosas y si pensamos así, no somos predicadores al estilo de Domingo. El dominico es un fraile que escucha y que cuando predica debe también de predicarse a sí mismo. Somos predicadores de la gracia.
La voz de Domingo estuvo acompañada de la verdad y del ejemplo. Nuestro padre buscaba la verdad. Nosotros en cada cosa que hagamos debemos buscar la verdad porque solo ella nos trasforma y nos hace ser mejores personas, mejores cristianos.
Creo que tenemos una gran misión: ser portadores de la esperanza. No todo está perdido, ser predicador de la gracia es ser mensajero de la verdad y del amor. Santo Domingo nos dejó una gran tarea: la de ser buenos predicadores, y para ello debemos escuchar siempre la voz de los que sufren y mostrar el amor de Cristo a toda la humanidad.