Comunidad, ¿frustración o riqueza?
Durante estos días en los que toca preparar y afrontar los exámenes finales, y concretamente para el de psicología general, leía que en cierta ocasión Martin Luther King se preguntó: “¿Hacia dónde vamos? ¿Vamos hacia el caos o hacia la comunidad?”. Estas cuestiones se las hacía el premio Nobel de la Paz, refiriéndose a que si en la sociedad existe la comunidad. La pregunta por la comunidad surge ante el fenómeno del individualismo presente; ¿ocurre esto en nuestra vida religiosa?; ¿hemos venido a la Orden, o vais a venir, siendo conscientes de esto? Sé que es un campo arduo, pero tengo que reconocer que no puedo dejar de pensar en ello; me preocupa mucho el egocentrismo que a veces impera en nuestra vida frailuna.
Creo que para asumir la vida en comunidad, no sólo se requiere la identidad cristiana, sino también la madurez personal; pero hablar de madurez de vida personal es complejo debido a la variedad de temas que abordan al fenómeno “humano”. Son múltiples las facetas humanas de madurez, y concretamente cuando nos decidimos a responder a esa inquietud a la vida religiosa, fruto de nuestra experiencia de fe, se supone que nuestra persona está en una perseverante búsqueda de contenidos que faciliten el desarrollo de nuestra personalidad; pero sin olvidar que nuestra respuesta es la respuesta a una vocación, a una llamada, a un don; cuyo objetivo es ir directo hacia nuestra felicidad.
Otro factor a tener en cuenta a la hora de decidir entrar en la Orden y vivir en comunidad es la frustración y por consiguiente la aparición de los conflictos. Llegamos ansiando vestir el hábito (capa y capilla incluidas) y sólo quitarlo para dormir; ya se encargará el prior, el cual pertenece a la generación que tanto trabajó para poder salir sin él a la calle, de decirte que sólo se usa en el coro. Llegamos tan ilusionados por estudiar, que queremos y deseamos saber tanto como Santo Tomás, falsa ilusión; ya te recordarán que Santo Tomás, uno y no más. Llegamos y queremos una liturgia cantada y cada uno en nuestro correspondiente sitial en el coro; alguno dirá que ese estilo tan antiguo pertenece a una reliquia de tiempos medievales eclesiales. Todo esto, y más, puede producir en nosotros frustración generando conflictos, que resolveremos con agresión; todo un proceso psicológico de lo más natural en el ser humano. Aun sin quererlo reaccionamos agresivamente, cual pataleta de niño pequeño, y cultivamos en la comunidad quejas, resentimientos, venganzas, lamentos, suspiros interminables y desazón; sin caer en la cuenta de que hemos venido porque nos ha enganchado el amor, y no la promesa de una realización personal o una carrera.
A lo mejor leyendo esto puedes pensar, tú que te estás planteando entrar en la Orden, que no quiero que lo hagas y por eso escribo estas cosas no tan buenas; ¡todo lo contrario! Es verdad que lo más difícil de la vida religiosa es vivir en comunidad; pero lo más gratificante, enriquecedor y positivo de la vida religiosa es vivir en comunidad. Tenemos que venir siendo conscientes de que la totalidad de nuestra madurez personal solo la alcanzaremos un cuarto de hora después de dejar este mundo; que aparecerán frustraciones con sus conflictos respectivos, que tendremos que afrontar lo más evangélicamente posible. Porque es en la vida de comunidad donde descubro y experimento el arte de alabar y bendecir todo lo bueno, que es aprender a hablar sobre Dios; es en la vida de comunidad, con los hermanos con los que he decidido compartir mi vida, sí esos, que son la mayoría de las veces los responsables de mis frustraciones y con los que las resuelvo, donde aprendo y experimento lo bello que es entregar mi vida para anunciar y compartir la buena noticia.