Veni Creator Spiritus

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

PENTECOSTÉS

La solemnidad de Pentecostés es la culminación de todo el tiempo de la Fiesta Pascual. Experimentar la Resurrección, nos ha puesto en el camino de la vida verdadera. Una vida que hay que llevar al mundo para transformar esta nuestra historia, fecundando a la humanidad en una nueva experiencia de unidad de lenguas, naciones y culturas. Jesús exhala su aliento para comunicar el Espíritu; este es el momento culminante de Jesús resucitado, el nacimiento de la Iglesia: una nueva creación. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que había realizado el Espíritu en Jesús, lo realizaba en cada uno de ellos y así hasta hoy, porque eso es lo que ocurre en nosotros.

El Espíritu Santo no es más que el mismo Dios bajo el aspecto de fuerza y motor de toda vida; forma parte de nosotros mismos y no tiene que venir de ninguna parte. Está en cada uno de nosotros, antes mismo de comenzar a existir. Es la razón de nuestro ser y la causa de todas nuestras posibilidades de crecer en el orden espiritual. Nada podemos hacer sin él y nunca estaremos carentes de su presencia. El Espíritu es el mismo en todos y tiene que empujar hacia la misma meta. Pero como cada uno está en un “sitio” diferente, y a veces muy variado, el camino que nos obliga a recorrer será siempre distinto. Por tanto, no son los caminos los que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, sino el destino hacia el que se dirigen. La profesora de universidad, el obispo, el médico, el fontanero, la periodista, el fraile, la directora del banco… todos tienen que tener el mismo objetivo imperioso si están movidos por el mismo Espíritu. Su tarea es completamente diferente, pero el destino es el mismo: Una mayor humanidad, que es la manifestación de la presencia del Espíritu; la preocupación por los demás, que es la mejor muestra de que nos estamos dejando llevar por Él; en cualquier persona que manifieste amor, ahí está el Espíritu.

El Espíritu llega a nosotros desde lo hondo del ser, y se acomoda totalmente a la manera de cómo somos cada uno sin mirar si somos esto o aquello; si somos así, o de otra forma. La presencia del Espíritu nunca llevará a la uniformidad, sino que potencia la variedad. Formamos un solo cuerpo, pero cada uno es un miembro con una función diferente e igualmente útil para el todo, como nos dice San Pablo. Si en una orquesta sinfónica todos tocaran el mismo instrumento y la misma nota a la vez, no habría jamás sinfonía. Sólo la armonía de muchos sonidos diferentes nos lleva a disfrutar el placer de la música.

Tenemos que dejarnos colmar por el Espíritu en verdad y autenticidad, en medio de una sociedad indiferente y descreída; dejarnos colmar por el Espíritu para contribuir con nuestra vida a edificar una Iglesia que acoja, escuche y acompañe a los que no conocen el amor ni la amistad; dejarnos colmar por el Espíritu para que impere en nosotros el deseo de bondad, de generosidad y de entrega. En definitiva, dejarnos colmar por este derroche de amor de Dios para con nosotros y poder experimentar lo que dicen los versos de este poema de un gran escritor, ya desaparecido:

“Habíamos creído que Dios era ternura.
Ahora descubríamos que Dios era vértigo.
Habíamos creído que Dios era soberanía.
Ahora se nos hacía ver que Dios era ebriedad.
Habíamos creído que Dios era la última calma.
Y Alguien vino a contarnos que Dios era locura”.
(J.L.M.D.)