El cielo es de Dios, la tierra se la ha dado a los hombres
No podría yo empezar a reflexionar sobre este tema de la pobreza si no es desde una visión ecológica del mundo. Somos hijos de nuestro tiempo, y los signos de este nos hacen estar en comunión con todas las iniciativas encaminadas a la preservación del entorno y a la consecución de un mundo más humano (o, con la que está cayendo, menos inhumano…)
Así, la pobreza pasaría a ser un imperativo que nos llevaría más allá de los límites religiosos a los que a veces la hemos relegado. Y la pobreza, elegida, puede convertirse en la actitud liberadora que nos ayude a estar más en sintonía con esta tierra y con aquellos que no tienen la posibilidad de optar por aquella.
Todos somos conscientes de que las teorías, a veces, se quedan solo en eso. Pero que las necesitamos para sustentar nuestras acciones. Y muchas son las teorías y maneras de pensar sobre el tema que nos ocupa, pero yo, por todo lo expuesto anteriormente, voy a comentar la que confirma mi modo, no sé si acertado, de vivir la pobreza. Y no es otra que la expresada en el lema que, quizás con una traducción más cercana a nuestra sensibilidad castellana, reza así: Piensa en general, actúa en particular.
Todavía resuenan los ecos de la pasada -y fracasada- “Cumbre de Copenhague”, en la que, de nuevo, los intereses de los poderosos y medio-poderosos se han impuesto sobre las evidencias más aplastantes de un mundo que se autodestruye. Pero más allá de si el calentamiento de la tierra es producto o no de nuestra actividad humana, se descubre cómo la estulticia humana, traducida en egoísmo lacerante, es capaz de continuar con una política nefasta en la que siempre salen perdiendo los mismos.
Ante tal situación, mi manera de vivir el voto de pobreza como dominico, aun sabiendo que una pobreza elegida no es tal, y que nuestras instituciones nos dan un soporte en el que la seguridad está asegurada (valga la redundancia), es la de intentar no preocuparme por lo que no está en mis manos cambiar y sí ocuparme en las cosas y casos que se me presentan a cada paso y donde yo sí puedo ser consciente de mi contribución a, al menos, no empeorar la situación
Yo creo que hay mucha demagogia en nuestro discurso religioso sobre la pobreza y, mientras, seguimos justificando nuestro actuar pensando en lo poco que puede influir en el devenir de nuestro mundo. Y seguimos más preocupados en rodearnos de todas las comodidades y, lo que es peor, justificando su uso (cuando no su abuso).
Necesitamos dar pasos individuales y comunitarios efectivos que demuestren que nuestras teorías y bellos discursos están acompañados de acciones que las avalan. Necesitamos, por cuestión de crédito social, demostrar (y demostrarnos) que se puede vivir sin tanto y que los bienes de consumo a los que renunciamos nos aligeran nuestra mente para dedicarnos con más arrojo a decir y a gritar que la tierra nos la ha dado Dios a los seres humanos para compartirla y disfrutarla.