El Estudio, fuente de vida
A ningún joven de hoy le resulta extraña la actividad de estudiar. Desde los primeros años de la infancia se nos inicia en esta ardua tarea. Durante la adolescencia el estudio se vive como un suplicio insoportable y, en muchos casos, se percibe como un esfuerzo inútil. En los primeros años de juventud muchos se han visto ‘empujados’ a la Universidad para adquirir una serie de conocimientos y entrar, así, más preparados –nos dicen- en el mundo laboral. En estos años de estudio y formación adquirimos destrezas, habilidades, conocimientos y resortes de madurez intelectual. ‘Equipada nuestra cabeza’ con los recursos adquiridos se presupone que ya estamos suficientemente preparados. Nos creemos con la capacidad de pensar por nosotros mismos y de resolver de forma autónoma los asuntos que nos lleguen.
Habiendo dedicado más de veinte años de la vida a la tarea de estudiar no sé si nos hemos parado a pensar en lo que hemos estado haciendo. Una pregunta muy común entre los jóvenes se pronuncia con cierta exclamación y reclamo: ‘estudiar esto… ¿para qué?’ o ¿por qué? En realidad, ¿qué valor damos a eso que hemos estado haciendo? ¿Sirve para algo? ¿Ha sido un esfuerzo inútil? ¿Nos ha sido una actividad impuesta, exigida por la familia, por el mercado laboral, por las circunstancias? ¿Hemos sido protagonistas, y por lo tanto conscientes, de tanto esfuerzo? Si nos paramos a pensar, por un instante, en el valor real que damos al ejercicio del estudio estamos en condiciones de observar nuevos matices. Percibimos que la actividad de estudiar y el esfuerzo o ascesis que tal ejercicio conlleva ‘esconde’ algo más. No puede ser una mera actividad exigida por la batuta de lo que una determinada sociedad reclame y el mercado laboral exija.
Los clásicos percibieron hace siglos otro tipo de valores en la disciplina del estudio. Fueron capaces de intuir valores realmente humanizadores y asequibles, por tanto, para quienes ejercen esta actividad tan noble y digna en el desarrollo de todo ser humano. Para observar la realidad y ver lo que ocurre dentro de ella, para conocernos más y mejor a nosotros mismos, en definitiva, para poder decir ‘algo sensato’ sobre Dios, el ser humano y el cosmos necesitamos ‘pensar’; requerimos de la reflexión y el contraste que nos proporciona el estudio.
¿Por qué no hacer el esfuerzo de mirar la realidad de otra manera? Son muchas las miradas que podemos dirigir a cuanto nos rodea. ¿Es preciso, sin más, limitarse a lo que ya es evidente? o la realidad ¿esconde muchos vericuetos? ¿Qué empresa tan difícil la de llegar a percibir el fondo de verdad que anida en cada ser humano, en la naturaleza y en aquello que llamamos Dios? El estudio nos humaniza aún más cuando nos otorga la cualidad de mirar la realidad de otra manera. La herramienta del estudio se vuelve una exigencia espiritual, es decir, una sensibilidad que brota de la interioridad humana. Es una sensibilidad llamada a ser educada. ¿Cuánto valoramos aquellos profesores, ‘maestros de sabiduría’ que nos enseñaron a ‘mirar la realidad de otra manera’, que nos iniciaron en la inquietud de buscar y de observar desde dentro y hacia dentro, de no dejarnos sin más persuadir por las apariencias, de ir al fondo de las cosas, de buscar –en definitiva- lo que ‘la realidad esconde’?
Esto exige una pasión, un empeño, el esfuerzo de buscar la verdad de las cosas, la verdad en el ser humano. Ahora bien, la Verdad es paciente. Sabe esperar. No se deja encadenar en nuestras primeras impresiones. Ni se conforma con nuestras meras explicaciones. Nos está esperando, se ofrece a nuestros sentidos para ser percibida. No se conforma fácilmente, por eso, requiere el esfuerzo del estudio.
SER FRAILE DOMINICO es un proyecto. Un proyecto que tiene mucho de ‘sueño’. En palabras de un amigo hablaremos de ‘sueño diurno’, sueño a la luz del día, pisando tierra, haciendo posible lo soñado, palpando en la realidad la realización concreta del proyecto. No sé si todos los dominicos lo consiguen pero si puedo afirmar que algunos de ellos lo han logrado a lo largo de la historia. Domingo de Guzmán ha sido uno de ellos. En él está la garantía de que la pasión dominicana por la Verdad no es una utopía irrealizable. Su realización requiere el esfuerzo y rigor del estudio. A esto, entre nosotros lo llamamos vocación, dedicación, empeño y entrega. ¡Por cierto! El propio Domingo dedicó también gran parte de su vida a estudiar no sólo en los libros sino también en ‘las pieles vivas’ de las personas, es decir, en la realidad concreta de sus problemas y situaciones. Pasó a la historia de la Iglesia como un gran Predicador. Sus intuiciones siguen siendo muy actuales.
Los dominicos queremos, con mayor o menor acierto, desarrollar en nuestra vocación religiosa estas y otras intuiciones de Domingo. La pasión por la Verdad y la exigencia del estudio que de esa pasión se deriva han calado en aquellos que han optado por la vida religiosa al estilo de Domingo de Guzmán. Los dominicos, más allá de nuestras limitaciones, nunca podremos decir que el estudio no nos interesa o importa. Tanto es así que lo hemos convertido en uno de los ejes fundamentales de nuestra espiritualidad. Es también parte de nuestra identidad. Ahora bien, ni todos los dominicos somos unos grandes apasionados por el estudio –al menos en su dimensión más investigadora e intelectual- ni todo apasionado por el estudio tiene que asumir necesariamente el estilo dominicano de estudiar. Eso sí, el estudio pretende ser uno de nuestros mejores recursos para educar no sólo nuestro pensamiento o razón, también para madurar en el corazón. No es suficiente tener la ‘cabeza bien equipada con los mejores razonamientos’, es preciso se adultos en el corazón. Si no fuera así nuestra pasión por el estudio se vería defectuosa. No tendría capacidad de amar y sus mejores argumentaciones estarían al margen de los rostros concretos de las personas y de sus experiencias vitales. Queremos ser racionales y apasionados. Desde la razón y desde el corazón intentamos responder a las principales inquietudes que surgen en el mundo y en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Como si de la creación de un gran mural se tratara, voy a describir la ‘sensibilidad dominicana’ por el estudio en grandes trazos. Es importante percibir el conjunto de todos ellos. Todos son necesarios para conseguir la mejor sabiduría en el ejercicio dominicano de estudiar. Educarnos en el estudio conlleva un dinamismo sabio de nuestros sentidos. La condición de carne y hueso es la mejor caja de resonancia espiritual que tenemos para hacer realidad la vocación dominicana en el estudio:
• La mirada. Podemos mirar al mundo y a los otros de muchas maneras. Nuestra observación quiere ser ‘compasiva’ y ‘benevolente’, siendo exigentes no en la condena, sino en la percepción de las posibilidades, de los recursos y capacidades no siempre desarrolladas adecuadamente o puestas al servicio del bien común. ‘Estudiar’ implica educar la mirada para que ésta sea más responsable y más auténtica.
• La audición y selección inteligente de los sonidos. El oído y la facultad libre de la escucha percibe los sonidos. El estudio desarrolla en nosotros la capacidad de escuchar muchas voces, incluso al mismo tiempo. Nuestra escucha no debe ser meramente pasiva. Debemos ‘calibrar el sonido’, las ‘voces que nos llegan’. Es una escucha interactiva y atenta a lo que ocurre. Responder a los estímulos que proporciona la inquietud por las cosas es establecer un diálogo con ellas, incluso con aquello que nos pueda resultar más adverso. ¿Qué apuesta tan interesante, al mismo tiempo que difícil, la de discernir en medio de una pluralidad de voces que se ofrecen?
• El tacto. ¿Cómo abordar las dificultades con tacto? Aproximarse a la realidad, en carne y hueso… es nuestra mejor espiritualidad, aquella que se percibe como humana, muy humana, encarnada. Ella está a nuestro alcance. ‘Tocar los problemas, las dificultades, las esperanzas e ilusiones de tanta gente con tacto’ es toda una explosión de comunicación inteligente y, por lo tanto también de esfuerzo intelectual.
• El olfato. ¡Hay olores tan desagradables! El estudio también supone, en muchas ocasiones, la denuncia de la mentira, de lo podrido. No resulta fácil detectar el error, especialmente aquél que está inmerso en nuestras mejores experiencias de la vida. Tener buen olfato… percibir el olor. Respirar, oxigenar el pensamiento. ¿Qué tarea tan difícil, pero al mismo tiempo tan apasionante? El estudio dominicano quisiera oxigenar el pensamiento, las ideas, los sistemas. ¿Cómo desterrar, si no es a través del estudio, dogmatismos, precomprensiones indebidas, los fundamentos equivocados, la falta de contraste,…?
• El gusto… Saber ‘saborear’ la vida y la existencia. El gusto por las cosas. El ‘buen gusto’. Pensamos algunas veces que el apasionado por los libros y por la reflexión, tiene que ser un individuo raro o extraño, alejado de la vida o de la realidad. El estudio dominicano percibe el buen gusto, la belleza de las cosas. Hay palabras que cuando se pronuncian resultan zafias, vacías, sin sabor… no condimentan ni un buen argumento, ni una buena comunicación. Ni siquiera sostienen una definición interesante. El ‘buen gusto’ nos hace más educados, más humanos, más auténticos, más interesantes.