El por qué y el para qué de un prenoviciado
La puerta
¿Qué busca, qué quiere, un joven que llama a las puertas de un convento dominicano?
quien llama, es acompañado por un grupo de frailes
Resulta difícil saberlo viniendo de un mundo tan plural, tan confuso y, con frecuencia, tan reacio a planteamientos que vayan más allá de lo inmediato. Por eso, se supone que quien llega hasta la puerta se ha planteado algo desde Jesucristo que, hoy, también arrastra, seduce e invita, pero envuelto en una nube que quizá necesite de luz para saber qué hay más allá. Por eso, también, la llamada de ese desconocido puede resultar desconcertante para quien abre la puerta. Ésta es la que permite o impide entrar en una casa y al abrirla hay que hacerlo con sentido de acogida, no exenta de precaución. Es por lo que, antes de invitar a nadie a “ser” miembro de una comunidad, se le invita a “probar”. Es como decir: vamos a conocernos y puede que, ese conocimiento, nos ayude a discernir que vivimos una misma fe y un mismo modo de entender la vida al servicio del evangelio, y que ese modo lleva acento dominicano. O, quizá, nos aclare que no merece la pena porque los planteamientos de quien llama no tienen sentido para aquellos que le abren la puerta.
El claustro
Los conventos clásicos dominicanos disponían de un claustro, más o menos artístico, por donde paseaban y reflexionaban los frailes. También servía para procesionar, pero no es el caso. Era zona de meditación y tránsito. Es lo que se ofrece a quien ha atravesado el umbral. Reflexión para sopesar lo que se le ofrece desde dentro y sentido de transición a otra forma de entender la vida y sus intereses.
Se ofrece, así, un año de experiencia donde lo dominicano va entrando con pequeñas dosis de realismo. Es lo que llamamos prenoviciado. Es “probar” y “comprobar” que ese germen vocacional que a uno le atrajo tiene pleno sentido en el día a día, donde hay posibilidad de contrastar ideas e ideales, y ver la capacidad para transigir con las imperfecciones de los demás, sin desanimarse ante las diferencias, viendo que uno es capaz, a pesar de todo, de formar fraternidad con ellos.
Un prenoviciado es ensayar un estilo de vida que, con el paso del tiempo, podrá adquirir compromisos más definitivos. Por tanto, es una sencilla prueba práctica de lo que significa optar por una vida dominicana. No es un juego, sino un contraste hecho desde el estudio, la oración y la vida compartida. Se vive inmerso en lo que es la vida dominicana para que, desde la vivencia, uno vaya experimentando. Por lo mismo, la vida transcurre en una comunidad real, con ritmo de frailes, donde quien decide probar se integra de forma natural. Para eso, quien llama, es acompañado por un grupo de frailes, aunque haya un encargado que lleva directamente la responsabilidad. Es un año, solo un año y todo un año, donde quien desea convertirse en dominico ensaya en qué consiste esa vida. No hay trampa ni cartón; hay realidad. La vida dominicana va viviéndose día a día en sus distintos aspectos. Y es ahí, en ese día a día con todos los matices que lo acompañan, donde uno va probando la riqueza y las limitaciones de esa vida. Los demás te ven y comprueban que tus ilusiones tienen sentido y te animan o, por el contrario, te desaniman a seguir los mismos pasos que ellos siguieron.
La decisión
Al concluir el año hay personas que deciden seguir con entusiasmo lo que han probado. Otros abandonan desde el convencimiento de que, aunque lo que han experimentado es bueno, ese estilo de vida no encaja en su modo de entender su propia realidad. No es raro, tampoco, que a más de uno se le indique que, visto desde fuera, se perciba que su vocación no está entre nosotros. Por eso, porque hay que decidir y hacerlo desde las dos partes, se cuenta con un diálogo permanente donde el día a día va encontrando eco en el interior y en el exterior de cada uno.
antes de invitar a nadie a “ser” miembro de una comunidad, se le invita a “probar”
Al concluir el año, si la decisión es firme y la vocación dominicana ha encontrado sentido, de nuevo hay que atravesar la puerta para salir e iniciar el noviciado, ese año de compromiso oficial. El ensayo ha concluido y los pasos que se dan tienen una orientación clara. Con el hábito como signo de mayor identidad, los días se engarzan en un ritmo plenamente dominicano. El espíritu, la historia, la vida dominicana, se van convirtiendo en definición de una vida que quiere ser evangélica y evangelizadora. El joven dominico ha comenzado a dar pasos de verdad por la senda por la que tantos hombres y mujeres decidieron caminar para ir formando parte de lo que es la Orden de Santo Domingo.