El silencio en la Orden de predicadores
Casa de Santa Rosa de Lima, Santiago de los Caballeros, República Dominicana
Parecería paradójico hablar del silencio en la Orden de predicadores, hombres y mujeres que estamos llamados a predicar a tiempo y a destiempo de una forma especial. Pero desde nuestra fundación, el silencio siempre estuvo ahí. Nuestro padre Santo Domingo permanecía muchas horas en silencio. En el silencio pudo descubrirse, pudo encontrarse más con Dios, pudo descubrir que su misión de predicar la Gracia iba acompañada de esa ausencia de ruido, para escuchar con mejor atención a Dios y a los demás. De esa manera pudo por ejemplo, dialogar con los Cátaros en lugar de apoyar las cruzada en su contra. Santo domingo también aprendió de ellos, y ellos de Santo Domingo, gracias a la escucha que proviene del silencio.
Ser predicadores no es sólo hablar. Es dar ejemplo de vida, muchas veces sin las palabras.
Hablar del silencio en nuestros días, es un gran reto y al mismo tiempo un gran compromiso para cada uno de nosotros, predicadores de la Gracia. Un mundo que va tan rápido, que muchas veces no se detiene a reflexionar, una “sociedad liquida” como la definió Zygmunt Bauman, inmersa en muchos ruidos y distracciones necita mucho del silencio, ese que se detiene a profundizar en lo más hondo del ser humano, para buscar posibles soluciones, para construir un mundo más justo y más humano.
Así como hay ruidos exteriores e interiores, podemos entonces hablar de un silencio exterior e interior. Nos preocupamos mucho del silencio exterior, ese de los ruidos externos, o el de no parar de hablar, pero ¿y el silencio interior? Ese de dejar de pensar y pensar, de maquinar, de preocuparnos o de estar contantemente calculando en nuestra mente la estrategia. Sería bueno tomar en cuenta ese detalle, pues nuestro interior está lleno de muchos ruidos, esos ruidos nos llevan a ser más egoístas y menos hermanos, ya que a veces ese ruido intrior es tanfuerte que no nos permite escuchar a nuestros hermanos.
Como predicadores no podemos obviar esa responsabilidad. Ser predicadores no es sólo hablar, decir, y enseñar y hasta pontificar. Es dar ejemplo de vida, muchas veces sin las palabras. Ha llegado el momento de callar y escuchar para practicar este modo reflexionar, y ver las necesidades de nuestro mundo.
Un mundo inmerso en muchos ruidos y distracciones necita mucho del silencio
Escuchar en nuestros conventos y casas, no sólo a nuestros hermanos frailes, sino a todo el personal que de una manera u otra colabora con nosotros, pues ellos siempre tienen algo importante que decir, que aportar. El silencio no es sólo retirarse a una montaña o a una casa de retiro y durar días o semanas alejado del mundo. No solo ese tipo de silencio es del que hablamos, que también es necesario e importante. También hablamos del silencio para escuchar al prójimo que también es voz de Dios para nosotros.
Es el de escuchar los acontecimientos que pasan en mi comunidad o a nuestro alrededor inmediato o global. Hablamos de ese silencio que me cuestiona, que me permite reflexionar. Es aquel silencio que me acerca a Dios, sin importar que este en la ciudad más ruidosa del mundo. El silencio en definitiva, no es una actitud pasiva, sino que es invitación a estar atento a lo que sucede, es observar bien, para actuar bien.