Predicación desde la denuncia
“Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? [...] ¿Éstos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”
Fray Antonio de Montesino OP, 1511, La Española (actual República Dominicana)
¿Reconocemos este texto? ¿Podría ser un texto para releerlo en momentos de necesaria meditación?
Es de recibo mencionar la relevancia que tuvo este discurso en la época en la que fue proclamado, no solo por el hecho del acto en sí mismo, sino por las repercusiones teológicas, históricas y legislativas que propició.
Aquello que nos podría separar, de esta apología a la dignidad humana, en distancia (de la actual República Dominicana a España) y en tiempo (1511 a 2015). Se acerca a nosotros apelando a la misericordia, o en definitiva al amor por el prójimo.
No nos debería ser ajena esta exclamación de dolor por los hermanos y hermanas. ¡Mira a tu izquierda! ¡Mira a tu derecha! ¿Qué es lo que observas?
¿Percibes en la Humanidad la creación predilecta de Dios? ¿Consideras a tu hermano, madre, primo, amigo,… como hijo de Dios?
He aquí el 'quid' de la cuestión de toda vejación humana. La consideración del otro como lejano a mí, como extraño. ¿Acaso no darías de comer a tu madre si tuviese hambre? ¿O no le prestarías una chaqueta a tu mejor amigo si tuviese frio?
Luego ¿Por qué no mantienes la misma actitud con todo hijo de Dios, si estos, desde su concepción, son hermanos tuyos?
Por lo tanto la Iglesia, en concepto de todo aquel que profesa el seguimiento a Cristo, está ante el deber moral de ser firmes en la predisposición al amor por mi hermano “la persona”. Y ello no solo conlleva mandar a países hambrientos cantidades ingentes de comida, o ingresar en cuentas bancarias copiosas montañas de dinero para fines no lucrativos o de desarrollo. Sino que también conlleva afincar la creencia profunda de vivir en la alegría del Evangelio. Alegría que nos une bajo el paraguas de una misma familia. ¿Y nosotros los dominicos? ¿Qué podría aportar nuestro carisma a la Iglesia Universal?
La predicación, como ya lo hizo Montesinos. Predicación que debería ser nuestro medio para denunciar la injusticia, la barbarie,… Y por tanto debería ser “la predicación del cambio”. Tan arraigada en el amor que fuese capaz de mover corazones, de argumentar ideas valientes, o de desmontar malentendidas felicidades, a veces ligadas éstas con el sufrimiento de otros.
Por tanto, No tengáis miedo. “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5, 6)
Concluyendo, como no, invitándoos a investigar sobre este apasionante episodio de nuestra Orden de Predicadores. Para empaparos de las reflexiones, escritos, de personajes como Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas. Tan lejos y a la vez tan cerca, de problemáticas actuales.