La contemplación, ¿de qué va?
Hemos heredado una diferenciación muy marcada, y desacertada, entre la vida contemplativa y la vida activa, entendiéndolas como formas diferentes, y hasta antagónicas, de vivir la vida consagrada. La primera se entiende como la dedicación exclusiva a la oración y meditación en un régimen de vida solitaria y aislada del mundo, donde solo tienen cabida la persona y Dios en una relación íntima; la segunda se concibe como la propia del apostolado, de la acción, del darse a los demás en el trabajo. Y para darle cierto fundamento bíblico a esto, se ha usado el pasaje de Marta y María (Lc 10, 38-42).
la contemplación también se da en la cotidianidad
Sin embargo, la vida tanto de las órdenes de regla monástica como las de regla apostólica, por lo general invitan a una interacción de las dos «vidas» para el fecundo desempeño de su carisma. De ahí el «Ora et labora» de los benedictinos y en general de la vida monástica, y el «Contemplata aliis tradere» de la Orden de Predicadores, por ejemplo. Pero entonces ¿cómo es eso de la contemplación para los cristianos y en particular para los hijos de santo Domingo?
Un poco de historia. El término contemplación, en griego theoría, no tiene un origen bíblico, no aparece como tal en la Sagrada Escritura: hay expresiones similares (cf. Lc 23, 48, Hb 12, 15; 2Co 4, 18), pero no la anterior como tal. Era en el contexto de la retórica, en la cultura grecorromana, donde se entendía la vida contemplativa como la propia de los filósofos y sabios, aquellos que se dedican a la contemplación de la verdad, o investigación de la presencia del logos o razón en la naturaleza, y así alcanzar la gnosis, es decir, su conocimiento. La vida activa por su parte, se entendía como la propia de los que se dedican a las ocupaciones de la vida práctica, aunque se daba por sentado que la vida activa debía unirse también al ejercicio de las virtudes morales, lo cual conllevaba un ascetismo que alimentaría estas virtudes. A partir de ahí, los padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría y Orígenes, no encontraron oposición entre la vida contemplativa y la activa. Desde entonces la vida contemplativa se orienta a la oración y el estudio de la Sagrada Escritura, pero además la vida activa se considera el modo práctico de la contemplación, siendo ambas actividades dos momentos de una misma vida cristiana. De ahí que para padres como Juan Casiano (siglo V) la contemplación sea un conocimiento espiritual para descubrir la presencia de la divinidad, en primer lugar en las cosas y después en nosotros mismos.
De manera similar abordó la cuestión el cristianismo oriental, esbozando dos momentos teológicos: la primera teología o divina teología es la alabanza de Dios y el conocimiento que Dios mismo nos infunde de él, a través de la experiencia de la oración litúrgica; la segunda teología es la explicación racional de las verdades de fe.
En esta línea y en clave dominicana, podríamos colocar el estudio, que es uno de los pilares de la Orden, y dar mayor sentido a eso del «estudio como oración». La oración, que es esencialmente experiencia de Dios, quien se nos hace asequible, cercano, amigo, orienta el estudio para que este no sea mero cúmulo de conocimientos, sino un elemento enriquecedor para desarrollar mejor nuestro apostolado esencial, que es la predicación, es decir la evangelización multiforme.
Pero esa experiencia de Dios no se da solamente en lo íntimo del corazón y con los ojos cerrados: se da en la cotidianidad, en la historia, en el día a día, sobre todo en las necesidades del prójimo y también en la fragilidad de cada uno de los seres humanos, dimensión que se percibe con los ojos abiertos. Dios nos habla a lo íntimo y personal, pero también nos habla mediante la realidad circundante, desde afuera. Ambas dimensiones nos tocan el corazón creándonos preguntas e inquietudes a las que debemos respuestas teóricas y prácticas.
la contemplación para el cristiano es ver la realidad después de haber experimentado a Dios
Podríamos decir entonces que la contemplación para el cristiano es ver la realidad después de haber experimentado a Dios, es decir, desde la experiencia de oración de ojos cerrados y de ojos abiertos. Es, en pocas palabras, ver el mundo desde la perspectiva de Dios, con la mirada de Dios. Para los dominicos esta perspectiva se enriquece al integrar el estudio en ese proceso, en tanto herramienta que nos ayuda a formular mejores preguntas y elaborar mejores respuestas. En los inicios de la Orden, santo Domingo pide en las constituciones primitivas al maestro de novicios que enseñe y prepare a los novicios sobre qué cosa orar y cómo orar, y también a formarlos en el estudio «de modo tal que de día y de noche, en casa y de camino, siempre lean o mediten algo y procuren aprenderlo de memoria, y cómo, cuando les llegue su tiempo, deberán ser fervientes en la predicación».
Así las cosas, la contemplación es para la familia de santo Domingo ver la realidad desde la experiencia de Dios, enriquecida por el estudio. De esta forma la contemplación es en la vida dominicana el corazón de toda su actividad apostólica, la fuente de la predicación.