LA ORACIÓN DE LOS FRAILES DOMINICOS
La oración dominicana quiere imitar la oración de santo Domingo. Se cuenta de él que en todos los lugares por donde pasó dejó el recuerdo de un hombre que no cesaba de orar por los otros. Sus contemporáneos nos lo presentan como un hombre excepcional de oración, definiéndolo con una expresión que se hizo clásica desde entonces: «Sólo hablaba con Dios o de Dios». Su vida era un constante coloquio con Dios o sobre Dios.
El Abad de San Pablo de Narbona, Guillermo Peyronnet, declaró en el proceso de canonización que «no había visto a nadie que orara con tanta frecuencia».
No es casualidad que el primer convento que fundó fuera un convento de contemplativas. Domingo era consciente de que la oración es la verdadera fuente de donde brota la predicación.
Toda su oración está marcada por su preocupación por la salvación de las gentes. Por eso, podríamos decir que su oración fue misionera; Domingo llevaba en el corazón todo el peso del mundo al que hay que salvar. Tuvo la gracia de percibir la angustia de un mundo sin Dios.
Como Jesús, Domingo oraba con frecuencia durante la noche. Pero esta oración personal no remplazaba la oración cantada en el coro. A Domingo le gustaba mucho la oración coral, a la que convirtió en armadura de su Orden. A pesar de sus continuos viajes, «celebraba con mucha devoción el oficio divino de día y de noche, a las horas canónicas, sin omitir nada». Se cuenta de él que durante el oficio iba de un coro al otro para animar la oración de sus frailes, que sin duda se dormían, sobre todo durante el oficio de noche, o que no ponían un celo a la altura de lo significa esta oración. Domingo estaba muy apegado al rezo coral porque era uno de los lugares donde se alimentaba de la Palabra de Dios que luego debía predicar.
Tanto para él como para sus contemporáneos no existía división entre la oración personal, silenciosa, realizada en el secreto del corazón, y la oración litúrgica.
Domingo celebraba la eucaristía siempre que podía, y cuando cantaba la misa derramaba muchas lágrimas, expresión de su preocupación por la suerte de quienes rechazan la salvación.
También en su oración personal persiste esta misma preocupación por la salvación de las gentes. En el silencio del templo y en la oscuridad de la noche, Domingo suplicaba a Dios intensamente, con lágrimas y hasta rugidos diciendo: «Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pecadores?»
Acompañaba su oración con la participación de todo su cuerpo mediante genuflexiones, postraciones, visitas en procesión a los diversos altares del templo.
Durante sus viajes, mientras iba de camino su oración era tan constante y profunda como cuando estaba en el convento. Y a veces les decía a los frailes que le acompañaban en el camino: «Id delante y pensad en nuestro Salvador». Él se quedaba atrás, y a veces, cuando ya nadie le veía, se ponía de rodillas al borde del camino para rezar.
Como la mayoría de los santos, Domingo también fue muy devoto de la Virgen María. Durante sus largos viajes por los caminos de Francia e Italia se le oía cantar el himno Ave maris stella y la Salve Regina. Puso a la Orden bajo el patronato especial de la Virgen María y quiso que sus frailes, en la fórmula de la profesión, después de prometer obediencia a Dios, prometieran también obediencia a la bienaventurada María.
Las Constituciones de la Orden siguen guardando este mismo espíritu de oración. Al hablar de la oración comienzan diciendo que los frailes deben seguir el ejemplo de santo Domingo «que en casa y de viaje, de día y de noche, era asiduo en el oficio divino y en la oración y celebraba con gran devoción los misterios divinos». Recuerdan también que fue voluntad de santo Domingo que se considerase la celebración solemne y comunitaria de la liturgia como uno de los oficios principales de la vocación dominicana.
La celebración litúrgica «es el centro y el corazón» de la vida de los frailes dominicos y la que, principalmente, da unidad a su vida. Sobre todo la Eucaristía, es donde actúa y se hace presente el misterio de la salvación. Por eso la misa conventual debe ser el centro de la liturgia de toda comunidad de frailes.
Pero, además, esta celebración litúrgica debe ser pública.
Como oración personal, cada fraile debe dedicar cada día, al menos media hora a la oración mental, y en la medida de lo posible en común.
Las Constituciones recomiendan también que los frailes den culto a Cristo en el misterio eucarístico, para que aumente su fe, esperanza y caridad.
Recomiendan también la devoción a la Virgen María, «reina de los apóstoles», ejemplo de meditación de las palabras de Cristo y de docilidad en la propia misión.
En la Orden es importante la oración por los difuntos, no sólo como expresión de afecto, sino también como una forma de cooperar en su salvación.