La oración en la Orden de Predicadores
La oración para el cristiano es entablar una relación amorosa con Dios, que se nos revela y desciende asumiendo nuestra condición humana para establecer una relación de amistad y de amor con nosotros. Así como amar es una relación, un encuentro con el otro, al que se siente atraído, amado, etc. también la oración es una relación con este otro (Dios) del cual nos sentimos atraídos, deseados … y amados. “Y a medida que la calidad de la relación con este otro, con Dios mejora, nuestra relación se hace más profunda y nuestra vida adquiere más sentido” (Rex A. Pai), pues nos vemos valorados, respetados y, sobre todo, nos sentimos amados por Él. Por eso tantos hombres y mujeres consagran su vida a Dios, porque Él nos ama tal y como somos.
La comunidad dominicana, con “un solo corazón y una sola alma”, ora por las necesidades del mundo entero.
La oración también es apertura. La oración es abrirse a este Dios que se entrega por amor a nosotros; “es abrirse al misterio de su amor por nosotros, que es total e incondicional” (Rex A. Pai). Solo quien se abre de esta manera a Dios también se abre a los demás.
La oración también es escucha. “Dios solo puede ser oído si el ser humano quiere oírle… Dios no se impone, siempre deja libre” (M. Gelabert). Nuestra vida diaria está llena de mensajes de Dios. Pero esos mensajes, a veces no los captamos o los captamos distorsionados. “Las distorsiones que nos impiden oír a Dios cuando nos habla, pueden ser: los ruidos de fuera, tales como el teléfono móvil, la televisión, revistas, etc. Que nos bombardean con anuncios que nos incitan a comprar, a competir, a la autosatisfacción, mensajes que van contra lo que Dios nos sugiere. Otra distorsión puede ser las voces que hay dentro de nosotros, que pueden ser: deseos y necesidades, ambiciones e impulsos, nuestra imaginación y sentimientos que ahogan muchas veces la voz de Dios” (Rex A. Pai).
Por último, diríamos que la oración también es una aventura. Es abandonar todas nuestras seguridades y lanzarse confiadamente y perderse en las manos de Dios. Es una aventura en la que somos conscientes de que habrá momentos de temor y angustia, momentos de “noche oscura del alma” que nos urgirán a abandonar la aventura y volver atrás; es ser conscientes que habrá momentos de desespero en los que gritaremos como Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; es ser conscientes también de que, en esa aventura de lazarnos hacia Dios, ni siquiera nuestros amigos y más cercanos nos entenderán. Nos tildarán de personas débiles, que nos refugiamos en el mundo ideal, inexistente, dejando de lado todo contacto con el mundo real. Es ser conscientes, así mismo, que recibiremos críticas a veces desproporcionadas, como que la oración es un “opio del pueblo”, que es “platonismo para el pueblo” que es huida de la realidad, de situaciones comprometidas; que cuando tengo un problema en vez de confrontarlo, lo abordo en la oración.
La verdadera oración no es “opio para el pueblo” ni tampoco es “platonismo para el pueblo”; la oración no anestesia al pueblo ni le deja indiferente al sufrimiento del prójimo. La verdadera oración no aliena al hombre. “La verdadera oración no es una evasión, una excusa para no hacer nada” (Rex A. Pai). La verdadera oración nos hace más sensibles al sufrimiento del prójimo, nos hace parecernos más y mejor a Cristo, el maestro del amor.
La oración también es escucha.
La verdadera oración nos hace responsables del sufrimiento del prójimo. Por eso, nuestra oración, la oración del dominico, le lleva al estudio reflexivo de la palabra de Dios para de esa manera poder ser útiles a los demás, dándoles a la luz del evangelio respuestas a los problemas e interrogantes que preocupan al hombre contemporáneo. El estudio para el dominico es una forma de oración. El dominico contempla desde la oración y el estudio para dar a los demás los frutos de lo contemplado mediante la predicación, la enseñanza, el apostolado, etc. “Para el dominico, contemplar es llevar a su oración los afanes de los hombres y devolver con un efecto de bendición y divinización las respuestas, las curiosidades o los interrogantes, iluminados por la luz y el calor de Dios” (J. A. Solórzano).
La oración, dentro del carisma dominicano ocupa un lugar fundamental. Se encuentra en el centro y corazón de la vida del dominico. La vida y vocación dominicana se alimentan en la celebración comunitaria de la liturgia y en la oración personal, en donde damos culto a Cristo, el verbo encarnado y pedimos la intercesión de nuestra madre, la virgen María, y de santo Domingo.
De Santo Domingo se nos cuenta que vivió total e intensamente con Dios. Domingo era un enamorado de Dios “en casa y en viaje, de día y de noche, era asiduo en el oficio divino y en la oración y celebraba con gran devoción los misterios divinos” (LCO 56).
La oración es abrirse a este Dios que se entrega por amor
La celebración diaria de la misa y el oficio divino son la primera expresión de una comunidad dominicana como una comunidad de oración. La oración comunitaria “expresa nuestra fe en la dimensión social del evangelio” (Rex A. Pai): la comunidad reunida como la primera comunidad cristiana, con “un solo corazón y una sola alma” intercede, pide y ora por las necesidades del mundo entero. En la oración comunitaria de la Liturgia de las Horas, nuestras voces se unen a las de los ángeles para alabar, bendecir, dar gracias y cantar con un ritmo pausado a Dios.
“La oración de la mañana (laudes) y de la tarde (vísperas) son como la apoyadura, el andamiaje sustentador para iniciar el día o para finalizarlo…Para santo Domingo, el centro de la actitud de alabanza es la Eucaristía. Ella es el resumen y síntesis de nuestra acción de gracias… de ella dinamiza la fuerza el alimento y energía para la acción apostólica del dominico, o lo que es lo mismo: del hombre cristiano” (J. A. Solórzano).
Por si les interesa profundizar sobre el tema. He seguido principalmente para la redacción de este artículo los libros: Rex A. Pai, orar es sencillo. 70 modos de rezar. Bilbao, Ediciones Mensajero, 2009. Y J. A. Solórzano. ¿Por qué la luz no dobla a las esquinas? Paisaje interior dominicano. Salamanca, san Esteban, 1991.