La Virgen María en la Orden de Predicadores
Casi todas las Órdenes y Congregaciones religiosas se precian de tener una relación especial con la Virgen María. Los primeros frailes dominicos estaban convencidos de que la madre del Salvador sentía una predilección particular por su Orden. Esto lo expresaron en varias narraciones un tanto legendarias, pero que nos transmiten una profunda convicción. No cabe duda de que María ha estado muy presente en la vida de la Orden desde sus orígenes hasta nuestros días, tanto en los tratados de teología como en la piedad de todos los miembros de la familia dominicana.
Los primeros frailes estaban convencidos de que la fundación de la Orden se debía a la intercesión de la Virgen María. En la obra Vidas de los hermanos se cuenta que antes de la fundación de la Orden, un cierto monje, estando enfermo quedó extasiado durante tres días y vio a la Virgen María de rodillas, con las manos juntas, rogando a su Hijo por la Humanidad para que siguiera esperando su conversión. Y Jesús le dijo a su Madre: «Madre, ¿qué se puede hacer ya? Estuve con ellos, les envié apóstoles. A mí y a ellos los mataron sin miramientos. Después tuvieron mártires, doctores, confesores. Pero no les hicieron caso. Es verdad que no es justo que a ti te niegue algo. Les daré a mis Predicadores. Ellos les iluminarán para que no vivan en el error».
María tiene en la entre los frailes una solemnidad particular
También el beato Humberto estaba convencido de que la Orden es un don de Dios concedido a la humanidad por la oración de la Virgen María. Por eso cuenta que santo Domingo encomendaba la Orden a las oraciones de María, como especial patrona. Del mismo modo santa Catalina de Siena atribuye a María una especial colaboración en la vocación y en la misión de Domingo. El Señor le dijo a Catalina que Domingo fue una luz que él puso en el mundo por medio de María.Como dice Constantino de Orvieto (+1256) ?uno de los primeros biógrafos del santo?, Domingo confió a María, «reina de la misericordia», como especial patrona, el cuidado de toda la Orden.
El mismo Domingo sentía una extrema necesidad de la ayuda de la Virgen María en el desarrollo de su actividad apostólica. Él quiso que los frailes comenzaran la jornada en el nombre de María y la concluyeran con su alabanza. Para ello estableció que apenas despertasen, cuando estaban todavía en el dormitorio, dirigieran su pensamiento y su oración a María recitando su oficio. Y al final de la jornada, Domingo quiere que su oración se vuelva de nuevo hacia María con la Salve. La Virgen manifestó a Domingo que le agradaba mucho que los frailes terminasen el día con la Salve. Una noche, mientras los frailes dormían, se le apareció la Virgen a Domingo, que estaba en oración, y vio como ella pasaba por el dormitorio asperjando a los frailes uno por uno, y le reveló que durante la Salve, cuando recitaban las palabras: Ea pues, Señora, abogada nuestra, ella le suplicaba a su Hijo para que conservara su Orden. También es célebre ese relato que cuenta que estando Domingo en oración tuvo otra visión en la que vio a la Virgen sentada a la derecha del Señor, rodeada de un gran número de bienaventurados, y se echó a llorar porque no vio a nadie de su Orden. Pero el Señor lo consoló diciendo: Tu Orden la he confiado a mi madre. Y en ese mismo momento María abrió su manto bajo el que estaban reunidos sus hijos e hijas. Esta visión fue contada por Domingo a los frailes y monjas en el monasterio de San Sixto de Roma.
Tanto la obra Vidas de los hermanos como la titulada De vita Regulari de Humberto de Romans dan testimonio de la devoción mariana sencilla y al mismo tiempo profunda de los primeros dominicos, quienes consideraban su propia vida como un «servicio a Jesús y a María». El mismo Humberto se sentía feliz de poder decir que su Orden honra más a María que las otras porque por medio de la predicación incesante alaba, bendice y predica a su Hijo y a ella misma; porque su estudio está totalmente dedicado al servicio de María y de su Hijo, es decir, al ministerio apostólico; porque su oficio cotidiano comienza y termina por ella; porque todos los días hace una procesión en su honor, después de Completas; porque recita el oficio cotidiano de María de pie; porque en la profesión sus miembros le prometen obediencia; porque los cantos en su honor son más solemnes; porque la celebración del Sábado dedicado a María tiene en la entre los frailes una solemnidad particular.
Los dominicos en tiempos de Humberto fueron los primeros en la Iglesia que hicieron preceder el Oficio de la Virgen María con la recitación del Avemaría. Otra expresión de la devoción a María en los primeros tiempos de la Orden fueron las numerosas congregaciones o Sociedades de la Virgen instituidas en siglo XIII, sobre todo en Italia, en torno a los conventos, con el fin de dar a conocer y defender las verdades de fe relacionada con María y la difusión de su devoción. La primera congregación mariana parece haber sido la fundada por san Pedro de Verona en Milán en 1232. Los miembros de estas congregaciones se reunían al menos una vez al mes, por lo general el primer domingo, para rezar en común y procesionar en honor de la Virgen; celebraban de forma más solemne las fiestas litúrgicas principales de la Virgen: la Asunción, la Purificación, la Natividad y, de forma todavía más particular, la Anunciación.
Grandes santos como Alberto Magno y Tomás de Aquino son testigos de la profunda devoción mariana en la Orden. San Alberto en concreto atribuía a María su perseverancia en la Orden. Más cercanos a nosotros en el tiempo podemos mencionar a Marie-Joseph Lagrange, o al mismo Y. Congar, e incluso algunas de las bellas páginas sobre María escritas por E. Schillebeeckx. La devoción mariana es, sin duda, un elemento esencial de la espiritualidad dominicana. A partir de los siglos XIV y XV el Rosario se convirtió en el signo más característico de esta devoción. Al Rosario están unidas las Cofradías del mismo nombre que siguen alimentando y animando la vida espiritual de muchas personas en la actualidad. Por su sencillez, profundidad y sus inagotables posibilidades pedagógicas, el Rosario ha sido también en algunos momentos de la historia de la Orden en un instrumento muy eficaz para la evangelización.