¿Somos pobres?
“En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:”Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos, sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc. 6, 7-13).
Este pasaje en que vemos cómo Jesús envía a los doce a predicar, en pobreza, debería a los dominicos hablarnos de nosotros mismos. Y es que está en lo íntimo de nuestra vocación, nos habla de lo que quería Domingo para sí y sus frailes, vivir como aquellos doce, para predicar, y en pobreza, una vida apostólica en su pleno sentido.
Pero reconozco que ante el texto y nuestra vida solamente me surgen preguntas... Cuenta Thimoty Radcliffe que, entre las cartas que redactó a la Orden como Maestro, pensó en escribir una sobre la pobreza, y que se sintió incapaz. Pues, no sólo no contradiciéndole, sino en la misma linea que él, las siguientes reflexiones son sólo preguntas al respecto de la pobreza. Ni respuestas ni soluciones fáciles, sólo preguntas…: ¿vivimos pobremente?, ¿vivimos como decimos que queremos, y como profesamos como voto religioso, la Pobreza voluntaria?, ¿somos pobres?
Es claro que hay una cuestión previa que parece evidente, pero que hay que hacerse: ¿qué es la pobreza? Y digo que parece evidente, porque, mirando hacia situaciones extremas de pobreza, sabemos identificarla fácilmente, la vemos en multitud de vertederos y de escombreras de nuestras ciudades, en noticias y reportajes a todo lo largo del mundo. Pero hay que decir que esa pobreza extrema que nos puede venir a la cabeza no es un valor. Esa pobreza extrema, que deshumaniza y que degenera, es una pobreza que hay que combatir. No podemos querer para nadie esa pobreza. No es esa la pobreza “correcta” si se me permite la expresión. Eso no es la pobreza evangélica.
Cuando hablamos de Pobreza evangélica, estamos hablando de otra pobreza. Estamos hablando de una pobreza que abre a la persona al otro, a Dios y a la misión. Una pobreza que conecta con lo profundo de sabernos creados y dependientes de Dios y de los hermanos. Es la pobreza de quien necesita al otro, de quien necesita a Dios para ser uno mismo quien es, para ser realmente persona. Es la pobreza que humaniza, porque nos abre a Dios. La pobreza que nos empuja a salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, del hermano. Para buscar a Dios y vivir juntos el camino del Reino. Es la pobreza que nos abre por dentro y que es humildad y verdad en sí misma. Una pobreza que humaniza y que diviniza... la pobreza del evangelio.
Y aunque es una lectura sobre la pobreza que me gusta y que entiendo que tiene que estar de fondo -la pobreza como actitud espiritual de apertura y necesidad de Dios y del otro- creo que tiene que haber más... Esa pobreza espiritual, como toda actitud meramente espiritual, puede caer en una falsa situación desencarnada que sirva para justificar cualquier cosa, en un espiritualismo quietista que se aleje de lo humano... Creo que tiene que tener de algún modo esa pobreza espiritual un correlato material... y sigo diciendo lo mismo. Sólo se me ocurren preguntas. No tengo respuestas para saber cómo es ese correlato.
Busquemos una pobreza que nos permita poder decirle una palabra de sentido al mundo con autoridad y coherencia
Pienso que los frailes no pasamos necesidad material, tenemos casi de todo lo imprescindible, y quizás algo más… bien es verdad, que no vivimos apegados a las cosas y que no tenemos una relación ansiosamente consumista con las cosas. No vivimos consumidos por el consumo. No ciframos, como parece que mucha gente de nuestro mundo hace, nuestro bienestar, nuestra autoestima o nuestra plenitud, en tener cosas... También nos relacionamos con las cosas desde el servicio y la donación. Yo he tenido la experiencia de que, en los conventos en que he vivido, las cosas están para ser utilizadas por todos -en responsabilidad evidentemente-; los hermanos, fraternal y sinceramente, han puesto a mi disposición más de una y más de dos veces sus cosas materiales. Recibimos a la gente con naturalidad en nuestra mesa, en nuestra casa... (quizás deberíamos hacerlo más a menudo), y cuando lo hacemos lo hacemos de forma generosa y desprendida.
Pero me sigo preguntando lo mismo... ¿es eso la pobreza? ¿Es necesario que haya un algo más o no? Como todas las cosas importantes de la vida, la pobreza es muy difícil de abordarla, porque parece que se queda siempre un poco más allá de nuestra reflexión y de nuestra experiencia; como todo lo importante de la existencia, está siempre un poco más lejos… pero creo también que es necesario que hagamos esta reflexión. Es la labor de la teología también. Es como la cuestión sobre la posibilidad de acercarse a Dios desde una perspectiva intelectual, aquello de si podemos saber algo de Dios... Dios está siempre un paso más allá, es imposible asir a Dios con la mente... pero no por eso dejamos de intentarlo. El teólogo es como el artista que quiere captar algo de la belleza absoluta... siempre se le escapará, pero lo que los balbuceos de un niño que empieza a hablar son a las palabras, lo que un poema, un cuadro, una escultura, una ópera, una sonata es a la belleza... es lo que un teólogo, aunque en la lejanía, es capaz de decir de Dios… algo más de lo que quien ni siquiera piensa en Él podrá decir…
Deberíamos de plantearnos nuestra relación con la Pobreza. Nuestro mundo nos lo está exigiendo. Las desigualdades económicas, la fractura entre los países desarrollados y los países del Sur, la situación tan difícil que tanta gente vive aquí en nuestra sociedad, la crisis, el sistema que sostenemos todos los ciudadanos con nuestro ritmo de vida, la cuestión ecológica, el desarrollo sostenible... nos exigen en conciencia que pensemos cómo nos relacionamos con las cosas...
Nos jugamos mucho en ello, porque nos jugamos la significatividad -el significado profundo y para el mundo de nuestra vida-, la veracidad de lo que queremos contarle al mundo. ¿Cómo hablar de un Dios que se hace pobre si no sabemos si nosotros somos pobres? ¿Cómo llevar una buena noticia de esperanza, de consuelo, de sanación, con autoridad -como dice el pasaje de Marcos- si no sabemos si tenemos tal autoridad? ¿Cómo predicar que la plenitud de lo humano está en la relación con Dios y con los hermanos desde el amor, si lo material se mete en nuestra vida tanto que nos nubla lo que creemos?
En el origen de nuestra Orden está la opción por la pobreza como una opción por la significatividad. Domingo, proponiendo a los delegados pontificios predicar y vivir en pobreza para que la gente les escuchara frente a los albigenses, tiene que seguir siendo un modelo para nosotros. Lo nuestro no es la pobreza franciscana de amor por la santa hermana pobreza sea como fuere. No, lo nuestro es una pobreza voluntaria que humaniza y que sirve a la predicación. Es una pobreza en función de nuestra misión. Es una pobreza en función de la significatividad. Evidentemente, con la clave profunda espiritual que decíamos, pero su correlato material ha de ser el de la significatividad.
Volvamos a pensar en la pobreza. No la demos por supuesta ni la espiritualicemos tanto que pierda su correlato material. Pensémosla con sensatez y con la dimensión tan dominicana de una pobreza puesta al servicio de la misión, una pobreza que nos humanice para ser más significativos, una pobreza que nos haga hacernos más conscientes del vínculo imprescindible que hemos de tener con Dios, una pobreza que nos permita poder decirle una palabra de sentido, de esperanza y de vida al mundo con autoridad y coherencia, pero pensémosla. Pensemos en la pobreza para poder vivirla hoy y aquí, no al modo de hace 50, 100 u 800 años, una pobreza para este mundo y esta sociedad que tenemos la suerte de vivir, pero pensémosla. ¿Somos pobres, vivimos la pobreza?