Vida Religiosa: esperanza y plenitud
El día 2 de Febrero, en la fiesta de la Presentación del Señor que recuerda la tradición judía de consagrar a todo hijo varón primogénito a Dios, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida Consagrada, un día en el que orar y fijar nuestra atención en la multitud de formas de vida consagrada, de vida religiosa, que tenemos en la Iglesia. Toda una riqueza, una pléyade enorme de dones del Espíritu Santo puestos al servicio de la humanidad a través de las vocaciones de los hombres y mujeres que quieren consagrarse a Dios y a sus hermanos. Es el día de la Candelaria, advocación mariana que nos habla de luz, de llamas, de ofrecimiento y de entrega.
En esta fiesta celebramos como José y María cumplen con la Ley de Moisés y llevan, a los 40 días del nacimiento, a Jesús al templo para consagrarlo a Dios. Allí dos profetas de entre el pueblo, Simeón y Ana, dos testigos, dan gracias y alaban a Dios por ese niño, que será el salvador de Israel, el liberador de los hombres, luz para las naciones. Ante ese niño gritan esperanzados, le hablan a todos los que se encuentran de su esperanza depositada en un pequeño niño. Ese niño será una bandera para los hombres, una llama brillante y luminosa que alumbrará al mundo en esperanza. Es pues una fiesta que nos habla de la consagración de Jesús al plan de Dios, a su camino, a su misión para todos los hombres, pero sobre todo es una fiesta que nos habla de la Esperanza que cada día trae para la humanidad el Dios que se hizo hombre por amor a la humanidad.
Y es que la vida religiosa, la vida consagrada, es justo eso lo que quiere ser. Queremos ser seguidores de Jesucristo, convertir nuestras vidas en vidas que reflejen el camino y la misión de Jesucristo, su misión de liberación, de salvación y de esperanza. Los religiosos estamos llamados a ser signos de esperanza para la humanidad. Decía Thimoty Radcliffe, uno de los anteriores Maestros de la Orden de Predicadores, en un artículo llamado “¿Por qué ser religioso?”, que nuestra vocación es maravillosa, no porque nosotros seamos maravillosos, sino porque nuestra vocación constituye un signo de nuestra maravillosa esperanza para la humanidad entera.
Dios tiene una vocación para cada hombre de vida y de plenitud, el religioso quiere cumplir de alguna manera la función de encarnar, de ser altavoz de esa idea para el mundo. “Ser religioso –dice también Thimoty Radcliffe- es encarnar una fundamental y esperanzada convicción sobre la humanidad: estamos caminando hacia Dios. Podemos no tener idea del futuro de la humanidad, de qué desastres o violencias nos acechan... pero Dios está llamando a toda la creación hacia Él”. Ese estar llamando a todo hacia él, es una convicción profunda de Fe que nos dice que la vida tiene un sentido, que Dios llama por su nombre a todo hombre y mujer, y que los llama no ya para que crean en él, sino sobre todo para que su vida sea una vida plena.
Nuestra esperanza y nuestra convicción es que toda vida tiene un por qué y un para qué, que toda vida está llamada a la plenitud. La vida de un religioso, con opciones a veces incomprendidas por la gente de nuestro mundo, quiere ser una llamada de atención al mundo de esa esperanza, de esa profunda convicción de que la vida del hombre está para ser vivida, la vida del religioso quiere ser significativa en el mundo desde ese camino a la plenitud. Para eso nuestra profesión religiosa, para eso nuestros votos, para eso nuestra oración y nuestra misión, para eso nuestras opciones por los que más sufren… Asumimos los religiosos el gran mensaje y la gran paradoja del cristianismo: la plenitud se alcanza entregándose completamente a los demás. No hay más misterio que ése. La esperanza de la plenitud pasa por la entrega total en alegría y en verdad.
Ojalá la Vida Religiosa sea signo de la profunda esperanza y convicción del camino de plenitud del ser humano. Cambiando y mejorando todo lo que haya que cambiar y mejorar para poder ser cada vez más significativos, pero sin perder la esperanza que llena de alegría en la plenitud del camino del ser humano hacia la vida, y sin perder de vista que ese camino de plenitud y de vida pasa por la entrega total, por la entrega de la vida a los demás…