Predicar desde lo sensible

Predicar desde lo sensible

Gonzalo Jiménez Suria
Gonzalo Jiménez Suria
San Cristóbal de La Laguna

¿Cómo puedo hacer visible a Dios en mi tiempo, ¿cuáles son las necesidades de la predicación hoy?

«Puede considerarse la imagen de Dios en el hombre en su elemento secundario, es decir, en cuanto que en el hombre se da cierta imitación de Dios».[1] En estos términos, propios de santo Tomás de Aquino, se nos permite ante todo indagar en el misterio del hombre, «el misterio de Dios hecho hombre».

Atrapar el SolA lo largo de su historia, la Orden de Predicadores ha ejercido su labor evangelizadora principalmente en torno a este misterio de la Encarnación; Dios se hizo visible a la humanidad en Jesucristo y este dio ejemplo continuo de adhesión a la voluntad del Padre, no sólo en sus palabras, sino también en su vida; hizo viva la palabra. Muchos años después, un joven canónigo de Osma se abría camino en la sociedad medieval del siglo XIII, aspirando a promover esta realidad de la humanidad de Cristo, haciendo visible a Dios en su tiempo, haciéndose imitador de Dios. Hoy lo conocemos como santo Domingo de Guzmán.

Viendo este ejemplo, surgen algunas preguntas: ¿aceptamos la humanidad de Jesús, ¿cómo puedo hacer visible a Dios en mi tiempo, ¿cuáles son las necesidades de la predicación hoy? A este respecto, permítanme darles un consejo: hagamos de nuestra vida un signo permanente de adoración al Creador, porque el mundo que nos rodea está sediento de vislumbrar los signos que nos rodean, no sólo en palabras, sino también en signos silenciosos y externos.

Orar con el cuerpo de santo DomingoDesde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha apegado a los símbolos que le permiten cultivar y comprender mejor la explicación de lo Divino a través de los gestos humanos. No es de extrañar, pues, que el hombre se relacione mejor con lo que puede tocar con las manos y ver con los ojos –como ilustra el deseo de María Magdalena de tocar a su Señor una vez que ha triunfado sobre la muerte– que con lo que se le muestra en el misterio profundo. Sin esto, querido lector, no habría predicación a través de las artes, ni Domingo habría unido la gran alegría de su alma contemplativa con el movimiento de su cuerpo en la oración.

Por eso la transmisión de la fe, al adquirir el carácter anterior –como bien pueden servir de ejemplo la meditación ante una imagen, la postura del cuerpo en oración, etc.–, se convierte en una predicación humanizada a los demás, una forma de hacer de Dios la piedad de los hombres, que permite que nuestra madurez espiritual no termine en una simple profesión de la verdad de la fe, sino que se convierta en una relación de amor, donde el valor del corazón tiene autoridad y donde finalmente no hay desintegración entre el pensamiento y el sentimiento del alma, sino una predicación asidua de la sensibilidad.

 

[1] STh, I, q. 93.