10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
10ª Estación del Via Crucis. Jesús es despojado de sus vestiduras.
Desde la puerta de Gennah, se puede ver el Calvario. Había llegado la hora, la señalada por el Padre desde la eternidad. Todo su ser de Hijo de Dios asumía aquella terrible hora en que no sólo iba a morir, sino también a zambullirse en el pecado, para levantarlo entero sobre sus hombros de Dios y de hombre. Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.
Jesús es desnudado por completo; de sujeto absoluto se convierte en objeto de escarnio. Este desgarro ha alcanzado lo más íntimo; se ha llegado donde descansa el sentido de lo sagrado y la dimensión impenetrable del respeto inviolable. Ahora sí que se ha quedado sin nada; ya el día anterior se había quedado sin nadie. En esta hora de la verdad, en la que se encuentra en la antesala de la muerte, entrega hasta lo más reservado para que nadie quede sin ser rescatado.
Cuando nos sentimos desnudos estamos totalmente desarmados y sin ningún apoyo interior. Es el desamparo de la fragilidad humana, de la cual participó también Jesús; su decisión de llegar hasta el final fue irrenunciable ya que el sacrificio de la vida es la única forma de establecer una aproximación y de hacer una reconciliación con quienes le rechazaron.
Jesús hoy sigue siendo humillado en sus hermanos. Con ellos suplica al Padre que venga el Reino donde ya no habrá lágrimas, ni llanto, ni muerte, ni desnudez, porque finalmente, todo eso ha terminado.