3ª Estación del Vía Crucis: Jesús cae por primera vez
Segunda Semana de Cuaresma: Vía Crucis, tercera estación
Jesús cae por primera vez. Debilitado por todo el sufrimiento recibido por las torturas, sediento, hambriento y encorvado bajo el peso de la cruz, cae rostro en tierra. ¿Cómo puede caer Aquel por el cual todo el universo se mantiene en pie? Caer no significa solamente un accidente físico. A veces caemos por algunas circunstancias de la vida que nos toca vivir, por nuestros errores o porque las cosas que no nos han salido como esperábamos, ante situaciones que nos sobrepasan y que nos subyugan. Caer es humano, implica reconocer en libertad y sinceridad nuestras propias debilidades, revela que no somos omnipotentes ni invulnerables, que somos pequeños y limitados.
En la caída podemos alimentar un espíritu de resignación, entonces reconocemos nuestra limitación y no hacemos nada para salir de ello. Pero también, las caídas nos sirven para fomentar un espíritu de humildad: acogemos serenamente la caída y, confiados en Dios, cuya fuerza reanima nuestra debilidad, nos levantamos con coraje y renovada energía. Lo heroico de las caídas, no es mantenerse en pie a toda costa y sí, aceptar la caída y levantarse para seguir caminando con vigor y esperanza. La historia generalmente suele ser contada por los que triunfaron. Son ellos quienes, para eternizar sus hechos, guardan las memorias documentales, levantan monumentos y hacen cantar epopeyas. Entonces nos preguntamos: ¿quién contará la historia de los caídos y de los vencidos? Ellos son los eternos olvidados. Las ruinas y los sufrimientos dejados por los arribistas son pisoteados, su memoria apagada y su culpa silenciada. Existe una anti- historia de los caídos, de cuyo drama sangriento sólo Dios conoce las verdaderas dimensiones.
Igual que Jesús fue condenado en su momento, hoy vivimos en una sociedad con muchos “cadáveres”, hermanos nuestros que son condenados, torturados y muertos por causa de la injusticia. Jesús sigue cayendo por todas las personas que están en el paro, por los enfermos, por las víctimas de la violencia o de la guerra, personas desesperanzadas y sin ninguna perspectiva de futuro. Creo que lo más difícil de las caídas que podamos sufrir, es sanar las heridas que nos quedan, heridas que muchas veces tardan años en curarse. Sin embargo vemos que Jesucristo vivió esta humildad, él se hizo frágil y pobre en este mundo como nosotros. Asumió toda nuestra condición moral, débil, estigmatizada por el pecado, por las injusticias y por la quiebra de la fraternidad, aunque Él jamás tuvo pecado. La pasión de Jesús, históricamente considerada, fue consecuencia de su mensaje universal de liberación, de sus actitudes peligrosas para el orden vigente de su tiempo. Reivindicó una justicia del Reino de Dios, fidelidad al Padre y a los hermanos.
En la vida religiosa también caemos muchas veces. Como todo en la vida, la vocación de fraile dominico se va forjando a partir de muchos logros pero también de muchas caídas y desilusiones, no todo es un mar de rosas. No obstante lo más importante de nuestras caídas, es mantener la confianza en que Dios nos extenderá la mano para levantarnos. Las ayudas son recibidas a través de la comunidad en la que vivimos y por los propios hermanos nuestros en Santo Domingo. La entrega por vivir el Reino de Dios en la vida dominicana, consiste en que todo se hace posible cuando el amor que sentimos por Dios es verdadero. Cuando también podamos ser mano extendida a muchas personas que están a nuestro alrededor.
La esperanza existe para los desesperados. Y si Cristo continúa cayendo en la Historia en las caídas de sus hermanos, es porque el caer renueva las fuerzas para seguir levantándose. El hombre no se resignará jamás a quedar aplastado contra el suelo. Desde que Cristo se levantó de su primera caída, ninguna de nuestras caídas debería ser fatal. Su recuerdo humilde es fermento de una mayor esperanza de que el Reino existe y que podemos luchar para que este mundo sea el mejor lugar posible.