4ª Estación: Jesús se encuentra con su madre.

Segunda semana de Cuaresma. 4ª estación, Vía Crucis 

Nada nos dicen los Evangelios de un encuentro de Jesús con su madre camino del Calvario. Nada sabemos dónde estuvo su madre la tarde-noche del jueves y la mañana del viernes; pero si pensamos un poco, parece lógica la impaciencia de una madre que corriera hacia su hijo nada más saber la noticia. Hasta allí, aun en esta calle del dolor, el Padre había derramado torrentes de alegría sobre el alma de Jesús por amor de su madre. Ahí estaba ella, su madre; silenciosa e impotente. Mirando, fortaleciendo…participando. La madre de Jesús tuvo que vivir estas horas de Redención como él: desde la soledad, desde el desamparo del Padre, que también a ella la había abandonado.

Pero ella es mujer y por tanto posee la fuerza que caracteriza a lo femenino. Podemos ver en María en este gesto de acercarse, de encontrarse, la dimensión femenina y maternal en la salvación que Dios nos trajo. María sigue compadeciéndose de sus hijos y los acompaña en sus sufrimientos. Así como tomó partido en su Magníficat por los humildes contra los orgullosos y por los pobres contra los poderosos, sigue suscitando mujeres valerosas que se comprometen en la realización de la justicia y en la superación de las discriminaciones impuestas secularmente a la mujer.

Los pueblos de la tierra no son más humanos porque sus bolsas vayan bien, o porque sus hombres se dediquen a la guerra. Las sociedades de la tierra son más humanas cuando en el mundo entero se respeta la dignidad de todos; cuando reina la justicia y se construyen los puentes necesarios para superar las distancias que nos separan, aunque sea a base de lágrimas, dolor y sacrificio silencioso. Sacrificio silencioso…. de esto saben muchos las mujeres, y lo vemos en esta estación en María.

Ella, mujer fuerte, con su mirada de madre hace que se abracen sus almas; su dolor, el de los dos, disminuye al saberse acompañados; pero también crece porque saben que el otro sufre. María se olvida de su dolor para unirse en aceptación, es decir, en común entrega. Porque lo que realmente distingue a estos corazones de todos los que han existido no es la plenitud de su dolor, sino la plenitud de su entrega. A lo largo de la historia seguramente otros han sufrido tanto como ellos, pero nadie lo hizo tan amorosamente y voluntariamente.

Que nosotros desde nuestra vida de predicadores, seamos capaces y valientes de salir en el camino al encuentro de esos Cristos de la tierra. Que nuestra mirada, sonrisa y palabra; que nuestra compasión hacia ellos les de fuerzas para seguir caminando.