Amor a Dios y al prójimo" (Domingo XXX del TO Ciclo A)

Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Malabo, Guinea Ecuatorial
A la escucha no hay comentarios

    Si recordamos bien, en estos domingos pasados hemos visto algunas de las tentaciones que sufrió Jesús cuando predicaba el reino de amor de Dios, nuestra salvación. Precisamente, el texto nos sitúa en el momento en que un fariseo pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más importante de la ley, tras haber oído que hizo callar a los saduceos. Pues, Jesús, sin ánimo de revolver la escena, reconoce humildemente su deseo de construir un mundo más humano, justo y accesible para todos. Y para no caer en una red tan complicada de preceptos y prohibiciones como la de los israelitas, se adentra en la oración que recitaban los judíos al comienzo y al atardecer de cada día, y extrae de ella el núcleo: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero”. Y añade un segundo sobre el que no le habían preguntado: “amarás al prójimo como a ti mismo”.


   Según Jesús, estos dos mandamientos van de la mano: no se puede vivir el uno al margen del otro. Pero podríamos preguntarnos, ¿cómo se puede amar a Dios?
Hay una sola forma de mostrar nuestro amor a Dios, y consiste en hacer lo que Él quiere de nosotros, siendo la clase de persona que Él dispuso que fuésemos. El amor a Dios no está sólo en los sentimientos. Amar a Dios no significa que nuestro corazón deba dar brincos cada vez que pensamos en Él; eso no es esencial. El amor a Dios reside en la voluntad. No es por lo que sentimos sobre Dios, sino lo que estamos dispuestos a hacer por Él, como probamos nuestro amor a Dios.


    “Amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” conlleva el amor al prójimo como a uno mismo. Amar a Dios se refiere a creer y confiar en alguien al que se tiene fe. Amar con todo tu corazón, alude a lo más profundo del ser humano. Y no hay un espacio único y particular en el que nos llevamos bien con Dios de espaldas a los demás. No podemos decir sí a Dios divorciados del prójimo, sin escuchar el llanto de los que lo pasan mal, de los que Dios mismo ama.


    Este amor a Dios no es un simple sentimiento, un amor fugaz o esquemático que no resta pasión. Necesita huir de mentiras, manipulaciones, engaños y concretizarse en algo o en alguien. Debe manifestarse en una situación concreta, en una realidad vivencial. Que no tengamos miedo en hacer lo esencial de nuestra vida. Abramos el corazón al amor de Dios y démoslo a conocer en uno de los diferentes caminos de la vida a donde seamos llamados sin temor a dar respuesta a la llamada de Dios. No importa el número de leyes, sino solo aquella que puede dar sentido a los demás y a nosotros mismos: la del amor. Jesús concretizó el amor que Dios nos tiene en la cruz perdonando a los que le crucificaron.