"Confía y vive" Domingo II de Cuaresma, Ciclo B (Mc. 9, 2-10)

Fr. Félix Hernández Mariano
Fr. Félix Hernández Mariano
Convento Santo Domingo, Córdoba
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Desde la mentalidad actual, nos resulta muy desconcertante la petición que Dios hace a Abraham desde la primera lectura de este domingo (Gen. 22, 1-2. 9-13. 15-18) Para profundizar en el relato, hay que comprender que los sacrificios humanos en aquel momento eran algo habitual, y Abraham, paradigma de fe y confianza en Dios, se dispone también a ofrecer lo mejor que tiene: a su único hijo.


  El Señor manifiesta que no aprueba este tipo de inmolación, pero acoge con agrado la actitud del patriarca: la de aquél que sabe que nada de lo que se es o tiene es propio, que todo lo recibimos del amor de Dios y a Él se le presenta agradecido, sin dudas ni condición. Nosotros ofrecemos y Él nos lo devuelve mejorado, corregido y aumentado. Esa disposición del ser humano es la que abre la puerta de toda bendición.


  Pero la segunda lectura (Rom. 8, 31b-34) nos recuerda que Dios sí nos da a nosotros lo mejor de sí mismo, a Cristo que se nos entrega por completo y hasta el final. A pesar de todos nuestros errores y debilidades, Él también cree y confía en nosotros. Es una relación de fe que tiene doble dirección, aunque, por supuesto, Dios es siempre el primero. Por eso, por el amor que nos muestra, podemos vivir sin temores ni complejos.


  En el pasaje de la transfiguración que nos regala el Evangelio (Mc. 9, 2-10) se nos muestra que Cristo no es únicamente un hombre extraordinario, en Él se une toda esa corriente de fe y amor: Expresa la de Dios hacia el ser humano, pues Jesús no defrauda y cumple la voluntad de Dios; y también la de la humanidad hacia el Padre ya que en Él se cumplen todas las promesas de la Historia de la Salvación. Es la unidad perfecta de Dios con la humanidad.


  Nosotros, como entonces los discípulos, somos testigos de ello y, por tanto, enviados a escuchar su Palabra, acogerla y hacerla “vida en nuestra vida”; crecer en intimidad y confianza con Dios para que, poco a poco, podamos ofrecer a nuestro Dios la totalidad de nuestro ser. Y ¿por qué? Porque ese es el secreto de la felicidad y esa, en definitiva, es la única voluntad de Dios para nosotros: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.