Dios nos ha salido al encuentro

 

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Hemos resucitado con Cristo y vivimos con Él, en Él, y para Él; sólo una cosa nos queda, aspirar a los bienes del cielo y no a los de la tierra; “Si Cristo no ha Resucitado vana es nuestra fe”, nos dice san Pablo. ¡Que dicha para la humanidad vivir este acontecimiento que no tiene parangón¡ Dios nos ha salido al encuentro.

La resurrección de Jesús, el Cristo, hay que leerla con los ojos de la fe, como lo hace el discípulo amado. Juan es un modelo de fe pascual, que comienza a creer sin necesidad en las apariciones del Resucitado. Comienza a detectar en su camino de fe pascual las huellas de la acción de Dios, pero no comprende ni sabe todavía que el Señor ha resucitado. El sepulcro vacío, las túnicas en su sitio, sin trazo de haber sido profanada la tumba, son un signo. Los signos pueden llevar hasta la fe en el Resucitado, porque, sin ver, activan la fe. Así le ocurrió a Juan. Pero no son un argumento decisivo para creer. Juan necesitó tiempo para leer en profundidad los signos que ha visto. Tampoco Pedro y María Magdalena entendían dónde podía estar el cuerpo del Maestro. Ellos no recordaban que había prometido que “volvería al Padre”.

La fe es una dimensión permanente y necesaria de la vida, permite comprender que entablar una relación de fe no es contrario al hombre, sino el comportamiento más normal y más humano que podamos imaginar. Por la fe entramos en comunión con las personas, la pena es que somos finitos y no podemos ofrecer lo infinito, pero la fe en Dios, cuyo Amor es Absoluto, es la mayor comunión que existe, Él sale al encuentro del hombre para engrandecerle. Dice M. Unamuno: “el amor busca la plenitud, busca con furia a través del amado algo que está allende de éste”. Y esto quiere Dios para el hombre, la plenitud de su vida. También “el amor es quien nos revela lo eterno”; así pues, por medio del Amor conocemos a Dios. El amor de Dios se traduce en Jesucristo, “que nos dio ejemplo para seguir sus pasos y además, abrió el camino con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido” (GS, 22). Jesús abre un camino que nos es posible hacer porque, Él, que va delante, invitando al seguimiento, se sitúa en un nivel en el que, nosotros, los de atrás, podemos marchar. Así, el que abre camino y los que le siguen están al mismo nivel. Jesús es el “Hombre perfecto” (GS, 22), y en su seguimiento encontramos la perfección humana, al entrar en una dinámica divina de vida. 

Como cristianos, recordamos no sólo al Jesús que vivió hace dos mil años: Él vive hoy y va delante de nosotros en todos nuestros caminos. No basta reconocer que Jesús es el Mesías. Es importante saber que cristiano es el que sigue a Jesús en su camino y Él que lo ve. Ver es un reconocer interior. La resurrección significa que Jesús es el gran argumento que el cristianismo ofrece a la humanidad para mostrar que la vida es más fuerte que la muerte. El Resucitado nos dice, según la fe de los cristianos, que, más allá de todas las evidencias que se nos imponen, la muerte no tiene la última palabra en el destino de los humanos. No estamos destinados al fracaso y la corrupción, sino a la vida y a la felicidad.

Cristo, asumió forma humana, no la anuló, fue un hombre como tú y como yo, y vivió su vida divina en y según la humanidad. Él nos precede en el camino de la vida, y nos abre las puertas de la esperanza y porque fue humano, con el mismo sentir de un hombre cualquiera. Resulta revelador y esperanzador que desde nuestra situación humana se pueda vencer a la muerte, con el poder de Dios. Que uno de nuestra especie haya vencido a la muerte, es lo más grande y esperanzador para la humanidad. Las puertas de la vida están abiertas para todos los hombres y mujeres. La Resurrección de Jesús, confesado como el Cristo, es algo que nos atañe a todos. Dice san Pablo, “Él ha resucitado como primicia”, como el primero de una larga lista de hermanos. “Todos estamos llamados a entrar a una vida definitiva y por ende, a la vida divina. En el seguimiento de Cristo la muerte cobra un nuevo sentido” (GS, 22).

Ni siquiera la muerte puede apartarnos de los brazos amorosos de Dios. En cualquier sitio donde vivamos, Jesús nos ha preparado el camino para que le sigamos con paso seguro y sintamos en él a Dios, que nos ama incondicionalmente. El resucitado nos enseña que también nosotros, si creemos, podemos resucitar de la muerte a la vida y podemos andar nuestro camino, no ya en penitencia y en conversión, sino en la alegría de la nueva vida.

Deseo que todos vivamos confiando y viviendo en JESUS que ha muerto y ha Resucitado.

¡Felices Pascuas de Resurrección!