"Echados a nuestras puertas" XXVI domingo del T.O (San Lucas 16, 19-31)
El evangelio de este domingo corresponde a la parábola conocida como el rico y el pobre Lázaro. Este género literario trasmite a través del simbolismo muchas enseñanzas. Nuestra sugerencia para la reflexión se centra en tres palabras que están en relación con actitudes fundamentales de la vida cristianas.
En primer lugar, la identidad. El rico no tiene nombre propio sin embargo del pobre conocemos que se llama Lázaro, de este dato podemos desprender, que el reconocimiento de la identidad del pobre es esencial en el proyecto de Jesús. Los abandonados, los excluidos y los que sufren a causa de las injusticias sociales tienen en la mente y el corazón de Dios una identidad personal, el Señor los conoce y reconoce por su nombre. El valor de la dignidad de la persona no radica en el vestido púrpura y el banquete que se daba el rico, sino que está en el reconocimiento de la persona y en el trato humano. Por Jesús recibimos la dignidad de hijos de Dios, queridos y amados por el Padre Bueno. De esta manera, nuestra identidad cristiana se fundamente en el reconocimiento de la dignidad humana y en la fraternidad universal. La ausencia de nombre propio en la figura del rico representa el vacío de la persona que se cierra a los demás. El rico no sólo no reconoce al otro, sino que también no sabe cuál es su propia identidad porque se fundamente a sí mismo en lo que posee. Por muy asegurada que tengamos la vida nadie es autosuficiente, necesitamos de los demás hasta para saber quiénes somos nosotros mismos.
En segundo lugar, la compasión. Todos somos hermanos, hijos de un mismo Dios, que no es indiferente ante ningún hombre y mujer de este mundo. Tenemos que desarrollar en nosotros la sensibilidad capaz de ver en el otro a un hermano. El rico ni siquiera ve al pobre Lázaro que está a su puerta, no comparte sus bienes con el que pasa necesidad. En la clave del texto está la compasión, el abrirse con pasión, es decir con humanidad, al hermano. En Jesús hemos conocido al Dios compasivo y misericordioso que nos invita a ser hombre y mujeres que testimonien en el mundo la fuerza del amor. Estamos llamados a la construcción del Reino de Dios donde no hay lugar para la indiferencia, el rechazo y el olvido de ninguna persona. Nuestro mundo irá cambiando por nuestro compromiso con la justicia, el bien común, la igualdad de derechos y oportunidades, todos ellos alumbrado por los valores del Evangelio.
En tercer lugar, la comunión. La cuestión no es del más allá sino del abismo que se abre en la sociedad por las injusticias y desigualdades. La comunión cristiana es la convivencia desde unas convicciones de unidad, bien y paz para todos. Jesús muestra a los fariseos cual es el camino para que no se abra un abismo insalvable entre ricos y pobres, el camino de la comunión y la solidaridad. Los pobres dejarán de ser una cifra de las estadísticas del hambre cuando les pongamos nombre y rostro a los que están echados a nuestras puertas, a las personas que van junto a nosotros en el camino de la vida y piden de nosotros un poco de atención. Cuando el compromiso social surja de la sensibilidad humana.
Santo Domingo vivió y deseó para su Orden la compasión como rasgo fundamental en el seguimiento de Jesús. Movidos por el amor de Dios los cristianos tenemos que situarnos en los lugares de fronteras, allí donde los hombre y mujeres han perdido su identidad por la pobreza y comprometernos en el trabajo por la integración y la comunión que hagan presente entre nosotros el reino de Dios.