"La fe de los discípulos" XXVII domingo del TO (Lc 17,5-10)

Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife
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   Las lecturas que se nos presentan este domingo hacen hincapié en la importancia de la fe. La fe es una virtud que vertebra y fundamenta toda la vida cristiana, sin la cual se hace imposible que se dé una esperanza en lo que se cree, y un amor capaz de romper esquemas, saltar barreras y ponerse al servicio de Aquel que dio la vida por nosotros. Por esto mismo se ve a los discípulos siendo conscientes de que son barro, que por sus propias fuerzas no son capaces de llevar la Buena Nueva a todas las gentes, de embarcarse en un proyecto totalmente nuevo. La misión de la primera evangelización es una tarea ardua, y los primeros seguidores de Jesús van a experimentar que en la vida muchas veces "la barca se tambalea", que los proyectos se desvanecen, que predicar al Nazareno a veces no es un camino de rosas, y necesitan de la fuerza del Maestro: "auméntanos la fe". Esta necesidad de fe de los discípulos es un deseo de ponerse en íntima unión con Él, sabiendo que el Señor los sostendrá en cada momento de sus vidas, ayudándoles en todas las tribulaciones que se van presentando a lo largo de su caminar apostólico y misionero.


   "La fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre" (Lumen Fidei, 4); nace de un encuentro interpersonal con Dios, que nos viene a revelar su infinito amor, capaz de transformar la vida. Es un amor que nos lleva a experimentar un profundo cambio en nuestro ser, que nos da una nueva mirada, una nueva forma de amar a los demás y una capacidad nueva de proyectar nuestra vida hacia la promesa de futuro y la necesidad de plenitud. La fe es una nueva luz en nuestra vida que nos permite una compresión de mente y una entrega total de corazón. Una fe que va a ser capaz de dar la vuelta a la suerte, al destino, y de transformar la historia personal. Siendo conscientes de la fragilidad de la condición humana, sabemos que la fe tiene una serie de principios que potencian en nosotros o nos capacitan para seguir adelante: ella es principio de fortaleza, de vida, de salvación y, por eso, nos da el fundamento de la paz, de la justicia, de la fidelidad, porque precisamente su raíz principal es Dios mismo.


   Jesús habla con sus discípulos de manera muy gráfica; con una sola imagen les da una enseñanza magistral: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera: "arráncate de raíz y plántate en el mar". Arrancar algo que tiene una raigambre fuerte y profunda, que está bien cimentado, que permite que cuando vienen las tormentas o las crecidas de agua no se desarraigue, no es fácil. Es más, les dice que la planten en el mar, un hábitat totalmente distinto, donde para la planta es imposible la vida. ¿No les estará Jesús hablando de cómo debe ser de fuerte y profunda su fe? Que la fe de su corazón sea robusta, vigorosa, fuerte, honda capaz de plantar algo nuevo... Los discípulos ahora tienen la tarea de la evangelización, de ser los testigos del amor de Dios hasta los confines del orbe. Y para pasar el testigo de la fe a otros se necesita que la fe de los doce sea como la de la morera que, habiendo gustado el amor de Dios, se convierta en cimiento y las tempestades de la vida no hagan tambalear su fe.


   En este dar testimonio de la fe, San Pablo nos advierte también en su carta. Una de las cualidades del seguidor de Cristo debe ser la valentía: "no tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor". No tengas miedo a la hora de dar testimonio de todas las gracias que el Creador ha tenido contigo, no tengas miedo a anunciar su mensaje de amor. Debemos abrir los ojos y llenarnos de alegría por la misericordia con la que nos mira Dios; ya no somos siervos, sino amigos y como amigos que somos debemos de hacer nuestra la sentencia de Jesús: “No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Éramos siervos inútiles y nos ha hecho sus amigos, participes de la historia de la salvación. Dios debe ser el centro de todo creyente, su cimiento, su tesoro, la razón de vivir y el destino final que quiere alcanzar. Eso es lo nuevo que debemos plantar, el amor de Dios en la vida propia y en las vidas de los demás.