El Bautismo de Jesús
Todos y cada uno de nosotros tiene recuerdos grabados a fuego en el corazón, momentos de una especial densidad, de unos rasgos precisos en los que vivimos, experimentamos, sentimos algo de una forma tan intensa, tan profunda, tan clara que quedan guardados en lo profundo de cada uno, en el corazón, en lo más íntimo. El Bautismo de Jesús, nos corroboran todos los evangelistas, fue uno de esos momentos para Jesús.
Por un lado esta escena de los evangelios es otra muestra del profundo amor de Dios por los hombres que empieza en la Encarnación que hemos celebrado en la Navidad –y por eso queda colocada litúrgicamente esta Fiesta del Bautismo justo tras la Epifanía, al ser el Bautismo otra de las manifestaciones del amor apasionado y gratuito de Dios por los hombres que se ha mostrado en la Encarnación, en el hacerse Dios un hombre, y que llegará a su culmen en la muerte en Cruz-. El Bautismo es otra muestra de cómo Dios se solidariza con todo hombre. Jesús se solidariza con todo ser humano, lo comprende, lo acepta tal cual es. Dios mismo, que se ha hecho uno más de los hombres, vuelve a decirle al hombre que lo comprende, que lo entiende, que lo quiere tal y como es, con lo bueno y lo malo, con sus errores y sus pecados... y con sus deseos de cambio, de mejora, de conversión, de vida.
Su bautismo tiene un sentido diferente del que la gente que acudía a Juan vivía. Jesús no tiene un pasado pecador que cancelar ni necesita un cambio de vida. Para Jesús, la muerte simbolizada por el bautismo -muerte al pecado- no se refiere al pasado como en los que acudían al Bautista, sino al futuro, está dispuesto a una entrega total por el bien de la humanidad, a caminar entre los hombres para mostrar que de la situación de injusticia y opresión en que se encuentran, se puede salir. Que otro mundo es posible. Y en esa misión está dispuesto a dar hasta la propia vida, si fuera preciso. Su profunda comunión con todo hombre y mujer, el profundo amor que siente Dios por cada uno de nosotros le lleva a ofrecerse a nosotros, a compartir nuestro camino y nuestra vida, a entregarse, a abrirnos el camino de la Vida y la Plenitud, aun a costa de su propia vida. Por eso, cuando más tarde Jesús aluda a su muerte, la describirá como un bautismo.
Junto a ello está el Bautismo como momento de Vocación de Jesús. Es la otra clave de lectura del Bautismo. Jesús llega al Jordán con los anhelos profundos de servicio y entrega que son su profunda identidad de Hijo de Dios, con ese anhelo profundo de humanidad y solidaridad con todo ser humano. Acude al Bautismo con esa disposición, con esa intuición profunda que vive y siente en su corazón de querer entregarse por entero a la misión de Dios, llega con la inquietud de su compromiso total por el bien de los hombres. Siente, intuye, quiere instaurar una nueva relación humana, basada en la justicia, que permita una sociedad diferente, Jesús siente un profundo inconformismo con la situación de su tiempo y su religión, no puede soportar la injusticia. Lo impulsa el amor a la humanidad. Su profunda identidad de Hijo de Dios le empuja hacia eso. Se ve reflejado en lo que está pasando en torno al Bautista y acude a su movimiento.
Y todo eso que está en el corazón de Jesús, su identidad de Hijo de Dios, se ve refrendada con una profunda experiencia de su identidad, con una experiencia profunda de su filiación. Lo vivido en ese Bautismo, esa experiencia expresada con el abrirse los cielos, con la experiencia del Espíritu Santo y con las palabras de Dios mismo aclamándole como Hijo, es una experiencia de tal cualidad que Jesús se ve reafirmado en su misión, comprende por un momento claramente su identidad. Su vocación, su deseo de entrega, de justicia, de paz, de humanidad, de llevar vida a los hombres y mujeres de su tiempo, comprende Jesús, experimenta Jesús, que es la misma Vocación de Dios, que es su propia identidad. Comprende la sintonía total entre su actitud humana y la de Dios mismo. Siente que su propio compromiso refleja precisamente lo que es Dios para el hombre: Dios es quien, para darle vida, se entrega al hombre sin reservas ni condiciones.
Ojalá que nuestra propia vocación de predicadores, de frailes dominicos, sea aunque fuese sólo un pálido reflejo de esa misma vocación de Jesús. Eso es lo que soñó Santo Domingo de Guzmán para sus frailes, y eso es lo que intentamos vivir.