El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

Fr. Alexis Coffi González
Fr. Alexis Coffi González
Convento de Santo Domingo, Rep. Dominicana
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33º Domingo del Tiempo Ordinario

La proximidad del fin del año litúrgico es la razón por la que encontramos en las lecturas de este domingo y días sucesivos el tema escatológico, con expresiones propias de la literatura apocalíptica como género preferido para referirse al fin de los tiempos. Se ha tipificado el término apocalipsis con un final catastrófico, lleno de destrucción y caóticos fenómenos naturales, sin embargo el significado original nos ilustra sobre la forma de emprender la lectura de estos textos, apo-kalypsis igual a “destapar lo escondido” por extensión re-velación, descorrer el velo; nos invitan a interpretar la carga simbólica del estilo literario, desentrañar y extraer la esencia del mensaje.

La profecía de Daniel, une la venida del Mesías con el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos. A pesar del tomo definitivo de las palabras que emplea, su intensión es llenar de esperanza, a un pueblo agobiado por las dificultades presentes y venideras. La promesa del triunfo del justo y la plenitud de vida de los consagrados a Dios es la propuesta profética que claramente contiene un mensaje de esperanza y salvación. El arcángel que se ocupa de su pueblo estará junto a él en los tiempos difíciles: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré, es decir, vivir en la presencia de Dios y poner el sentido de nuestra existencia en su promesa de vida son auténticas señales de la salvación.

El fragmento del Evangelio de Marcos está en sintonía con el discurso apocalíptico y pone en boca de Jesús sentencias últimas, señaladas no para el fin del mundo sino para el fin de toda injusticia y establecimiento de la plenitud humana. Las señales de calamidad y tribulación no son el fin de la historia, el proyecto futuro del hombre y la humanidad está en los brotes verdes de la higuera y la primavera que nace. No estamos abocados a un trágico destino sino que abiertos a la vida que se prolonga más allá de los signos y presencia de la muerte. Lo que viene a decirnos es que, más allá de lo que pueda ocurrir en la historia personal y social, más allá de cualquier acontecimiento por difícil que sea y de la cruda realidad, hay una Realidad estable que nos sostiene, que subsiste a todo avatar del mundo y de los hombres, y que podemos experimentar como roca firme que nos sostiene y perpetua. El triunfo del bien sobre el mal no es el final de una película sino la promesa de vida que nos da Dios, esto es lo que significa “mis palabras no pasarán”; aun cuando todo toque fin, en el ocaso de la historia y el declinar del mundo, Dios permanece, su amor y el bien subsisten a la temporalidad a la que estamos sujetos.

No caben dudas que ante situaciones límites, crisis o momentos de gran dificultad necesitamos conservar la esperanza en un futuro mejor, para no perder el norte y continuar trabajando. Confiar en un amanecer después de una larga noche oscura permite mantenernos en vela y no dejarnos vencer por los heraldos de las calamidades. Si bien los pronósticos actuales sobre la economía española y la salida de la crisis no resultan alentadores y parecen reclamar más medidas restrictivas y más tiempo para la recuperación, no pueden ser el desánimo y la desesperación una solución. Es momento de revitalizar los pensamientos, deseos y anhelos que nos hacen fuertes. De poner en lo esencial el sentido de nuestra vida, para ello está la familia, los seres queridos, la fe y la experiencia del amor de Dios que pueden alentar nuestras luchas. Todo pasará, los problemas, las crisis, los gobiernos, los sistemas políticos pero algo queda, algo se resiste y a ello podemos aferrarnos, el amor nunca pasará 1Cor13, 8.

Jesús es nuestra esperanza, está cerca, a la puerta de nuestra vida para entrar y plenificar nuestra vida, irrumpe con la fuerza del amor que todo lo puede. Acoger su Palabra es llenar nuestra vida de auténtica esperanza.