El Dios que vino, viene y vendrá
Hace unos días, buscando dos artículos de periódico relativos a la religión para una clase de Teología, encontré en un periódico de tirada nacional un artículo de Olegario González de Cardedal titulado «Silencio social de Dios». En él relata cómo en la sociedad española de los últimos años se ha ido eliminando el término Dios del lenguaje común y del ámbito social, y cómo se ha ido reduciendo y limitando la experiencia religiosa al ámbito de la intimidad individual. Termina diciendo el autor que es necesario continuar hablando de Dios, pero no de cualquier manera, sino como expresión de fe y amor, permitiendo a los hombres de nuestro mundo vislumbrar el misterio de Dios, que es fundamento de nuestra vida.
El Adviento nos pide que aprendamos a hacer sitio al Dios que llega y que nos trae la vida en abundancia.
Nos resulta difícil vivir el día a día, aún marcado por la pandemia y por la crisis económica y de recursos que impera a nuestro alrededor. Vivimos en una sociedad cansada, que experimenta la tensión entre la espera y la inmediatez. Vivir plenamente en la realidad de hoy no es fácil. Nuestras mentes tienden a quedarse en el pasado o a refugiarse en el futuro. Los pensamientos de nuestros ayeres mal recordados y mañanas imaginarios nos distraen del aquí y ahora. Es necesario que nosotros sepamos evidenciar al Dios que nos da la vida y la alegría, no para satisfacer ciertos deseos egoístas, sino porque sabemos que el mundo está sediento de lo que Dios nos ofrece. Escribía el filósofo Charles Péguy que «el espíritu de la modernidad es no creer en lo que uno cree»; si juntamos esta idea con ese silencio social al que hemos sometido a Dios, nos encontramos con un terreno abonado para que Dios sea eliminado, como predijo Nietzsche, desapareciendo así de nuestro horizonte de sentido.
El Adviento nos llama a estar vigilantes en la fe y en la oración para que sepamos discernir los signos de la venida del Señor. Vaciarnos de nosotros mismos y tener un corazón pobre como San José para poder albergar al Salvador de nuestra historia. El Adviento nos pide que aprendamos a hacer sitio en nuestras ocupadas rutinas al Dios que llega y que nos trae la vida en abundancia, que llega en la noche y la oscuridad de la fe pero que, a cambio, nos llena de sus dones. Que sepamos gritar a este mundo sufriente el nombre de un Dios que se ha hecho ternura en las entrañas de María y nos trae la plenitud y la felicidad.
Como cristiano, como fraile dominico que soy, necesito vivir este tiempo de Adviento como una mezcla de memoria y deseo, como un tiempo de preparación que dirige el corazón y la mente a la segunda venida del Salvador al final de los tiempos, para poder celebrar con gozo auténtico el nacimiento de Nuestro Señor en Navidad. Dice el Papa Francisco que el Adviento nos invita a un compromiso de vigilancia, mirando más allá de nosotros mismos, expandiendo nuestra mente y nuestro corazón para abrirnos a las necesidades de las personas y al deseo de un mundo nuevo.
Deseo que este tiempo de Adviento sea una oportunidad para que todos hagamos una pausa y pasemos un tiempo con Jesús, quien vino, viene y vendrá.