Domingo y el pan de la gracia

Domingo y el pan de la gracia

Todas las noches los dominicos y dominicas cantamos, en la medida de lo posible y según una antigua tradición de la Orden, la Salve a la Virgen María, y luego la antífona a Santo Domingo. En este antiguo canto, en latín O Lumen, solemos llamar a Domingo con mucha naturalidad predicador de la gracia. Lo lógico es que nos preguntemos por el autor de esta oración y así podamos preguntarle qué quiso decir con esto de que Domingo predicaba la gracia. Lamentablemente no sabemos quién compuso la oración y tal vez nunca lo sepamos.

Sin embargo, me atrevo a decir que el Evangelio de estos domingos nos puede ayudar bastante a comprender este título que acompaña a Nuestro Padre y su predicación desde hace tantos siglos. Entonces ¿de qué trata el Evangelio? Es la continuación del bello capítulo sexto de Juan, llamado el discurso del pan de vida. La semana pasada lo hemos comenzado y lo seguiremos leyendo todavía un par de domingos más.

La predicación de Domingo va en la línea de Jesús: quiere ser pan de encuentro, que alimenta y satisface toda hambre y sed.

En el fragmento del domingo pasado, tenemos a Jesús siendo encontrado por la gente que se alimentó de la multiplicación de los panes. Él mismo revela sus verdaderas intenciones: volver a saciarse de pan. No han entendido el signo y se han quedado con lo más externo. No ven la propuesta de comunión y de amor que hay detrás de que todos podamos comer sentados en círculos. Jesús se encarga de explicar la diferencia entre el pan que ellos buscan y el que Dios les ofrece. La clave para descubrirlo es solo una: creer en aquel que él ha enviado. Esta es la obra de Dios, dice el mismo Jesús. Creer en este enviado, en Jesús, nos abre a la vida eterna. Y se trata no solo de una confianza, como la que deposito en el pronóstico del tiempo para saber si abrigarme o no mañana. Se trata de vincularse, unirse, como el pan al cuerpo, a Jesús y su mensaje. Y esto ya nos abre el camino para entender de alguna manera, por qué Domingo es llamado predicador de la gracia.

Si hay algo que sí podemos afirmar de Domingo es que creyó profundamente en la persona de Jesús. Lo buscó y lo encontró en sus noches de oración, en el diálogo con sus hermanos y hermanas, en el estudio de la Sagrada Escritura, en la mesa de los herejes y los excluidos, en la Iglesia quebrada y en el mundo confuso que comenzaba a nacer. En este sentido, la gracia que cantamos en la Orden todas las noches y que le atribuimos a Domingo es esta creencia central, fundamental, de que Dios se nos ha revelado en la persona de Jesús, se ha hecho uno de nosotros, y así nos ha regalado una vida plena y sin fin. Esta es la certeza de Domingo y la que, luego de ochocientos años, todavía queremos ofrecerles a las personas que viven sin esperanza. En otras palabras: Dios no se olvida de nadie y quiere que seamos felices.

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Este fragmento termina con una revelación: Jesús es el pan de vida. En Él ya no hay más hambre ni sed. En este momento del capítulo, los panes multiplicados y el maná, es decir los otros panes, pasan a otro plano. Jesús se define como pan, como alimento, buscando simbolizar la experiencia que quiere ofrecer: su identidad se consolida en la medida en que se parte, se desmiga por otros. Jesús es pan de vida porque solo en la medida en que nos configuremos con él podremos comenzar a vivir de otra manera.

Domingo, como Jesús, también tuvo «vocación de pan». De Domingo no conservamos discursos o manuales. Conservamos el testimonio de las personas que se alimentaron de él: a través de esos corazones-estómagos saciados sabemos con seguridad que Domingo ofreció a todas las personas el pan de la vida y del amor.

En este sentido, Domingo entendió muy bien a su maestro Jesús: fue predicador, fue pan, no tanto por lo que dijo, sino por cómo era con otros y otras, transparentando en todo momento la voluntad de Dios de hacer un banquete y una fiesta con todos los hambrientos de la tierra.

Se trata de vincularse como el pan al cuerpo: a Jesús y su mensaje. Este es el camino para entender por qué Domingo es predicador de la gracia.

Hay una pequeña leyenda de Domingo que me parece muy ilustradora, y que personalmente, me inspira mucho al momento de entender nuestra espiritualidad y, ahora, al predicador de la gracia. En medio de un intenso viaje, Domingo y su obispo tienen que pasar la noche en una especie de hostal-bar. El encargado, lleno de dudas y preguntas, con una fe no católica, encuentra en Domingo a alguien con quien compartir el pan de sus inquietudes. Pasan toda la noche hablando, encontrándose, escuchándose, buscando juntos respuestas e intuyendo al Dios de Jesús que, entre copas y platos, pasó, y sigue pasando por ahí. Domingo se hizo mesa, sobremesa, y hogar del pan de la vida. De ahí que la predicación de Domingo va en la línea de Jesús: quiere ser pan caliente, de encuentro, que alimenta, que nos hace sentir que estamos en casa y que satisface toda hambre y sed. Jesús, el pan de la vida, invitó a Domingo a hacerse pan, dándose y partiéndose, haciéndose para deshacerse, para que todo el mundo participe de la fiesta de Dios, en donde todos y todas tenemos un lugar. Esta es la gracia del predicador y, lo más importante, también es la nuestra.

Que Domingo nos ayude a seguir haciendo la predicación de la gracia, haciendo de nuestra vida, nuestras comunidades y familias, una mesa en donde todas las personas puedan partir el pan de vida, sobre todo las personas excluidas, los pobres y los que más necesitan del alimento de la esperanza.