EL MISTERIO MÁS CERCANO

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid


Solemnidad de la Santísima Trinidad

Hablar sobre el misterio de la Trinidad, más que hablar de una aglomeración de personas o naturalezas, creo que es intentar comunicar algo sobre un misterio profundo de dar vida y de amar sin medida; de liberar de angustias y pesos. Porque el Dios Trinitario de nuestra fe, Padre, Hijo y Espíritu, nos ha dado la vida para vivir con Él la vida verdadera, que nos ha revelado Jesús y que nos ofrece por su Espíritu. Pero miren, yo después de leer, estudiar y meditar manuales y apuntes de clase sobre este tema, he llegado a la conclusión de que la mejor manera de creer en el Dios Trinitario que profesamos no es tratar de entender las explicaciones que nos encontremos escritas o dichas. Creo que lo mejor es seguir los pasos de Jesús, que vivió como Hijo querido de un Dios que es Padre con entrañas maternas y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable y habitable para toda la humanidad. Porque una cosa nos tiene que quedar clara de Jesús: solo se dedicó a hacer que el mundo fuera cada vez más humano.

Si analizamos hasta donde nuestro entendimiento puede llegar, sabemos que Dios-Padre es el origen y la meta de nuestra vida. También sabemos que ha creado a toda la humanidad solo por amor; por tanto al finalizar nuestro camino por este mundo nos acogerá a todos, porque no da a nadie por perdido y mucho menos selecciona. Aunque vivamos llenos de no pocos errores, no perdamos la fe en este Dios-Padre y Creador porque perderíamos la esperanza. Él es la fuente de todo amor porque es el único que empieza a amar sin motivos; es más, es Él quien desde siempre ha empezado a amar. Ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado por nada ni nadie. Es el eterno Amante que ama y seguirá amando por toda la eternidad y jamás podrá retirar su amor y fidelidad, ya que sería negarse a sí mismo. Este es el motivo por el cual nosotros, imagen de Él, estamos hechos para amar porque solo amando acertaremos en nuestra vida.

Por otro lado pero sin dejar de ser la misma realidad, Jesús es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Nos ha contado y mostrado nada más y nada menos cómo es el Padre, ya que mirándolo a Él lo vemos. En su forma de actuar podemos percibir su ternura y compresión; en Jesús podemos sentir a Dios humano, accesible, íntimo, amigo. Jesús nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos, porque esto es lo que más quiere el Padre. Jesús nos ha indicado el camino a seguir: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Si ponemos en el olvido a Jesús, ¿dónde encontraremos luz y esperanza? Porque el ser del Hijo consiste en recibir el amor que viene del Padre. Jesús es el Amado constante; es el Amor que acoge, es decir, es la respuesta que no se termina al amor de Dios-Padre. El misterio de Dios consiste en dar amor, pero también en recibirlo. En Dios, dejarse amar, no es inferior que amar, porque recibir amor también es cosa divina. Por tanto, todos y cada uno de nosotros, creados a su imagen estamos hechos no solo para amar, sino también para que nos amen.

Este misterio de nuestra fe, como celebramos el domingo pasado, no es algo lejano porque está presente en todos y cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestra vida; como Amor que nos lleva hacia los que más nos necesitan. El Espíritu es la relación del Padre y del Hijo; es el Amor eterno entre el Padre que ama y el Hijo que es amado. El Espíritu es el que nos desvela el misterio de que el amor divino no es dominio celoso del Padre y tampoco monopolio interesado del Hijo; porque el amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación que desborda. Por este motivo, el amor de Dios no se queda en sí mismo, sino que se comunica y se extiende a toda la humanidad. Nosotros, creados a su imagen, estamos hechos para amarnos sin acaparar y sin encerrarnos en amores falsos y mucho menos interesados.

Nuestra fe en la Trinidad cambia no solo nuestra visión de Dios, sino también la manera de entender nuestra existencia. Nuestra fe en el Dios Uno y Trino es creer que Dios es un misterio de comunión y de permanente amor desde donde nace toda vocación. Caminar por este mundo como frailes dominicos implica comprometernos a vivir, y por tanto a predicar, que nuestra fe en Dios-Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, hace que este mundo sea cada vez más humano porque se deja guiar por el Espíritu Santo.