"El Nuevo Templo" Domingo III de Cuaresma, Ciclo B (Jn2, 13-25)
Este domingo nos adentramos en la tercera etapa de nuestro camino cuaresmal, que nos va preparando para celebrar la Pascua del Señor, nuestra meta. Nos quedan tres semanas aún para trabajar por nuestra conversión, para cambiar aquellas cosas que nos atan y no nos dejan seguir, para liberarnos de todo lo que nos esclaviza, de todo lo que nos paraliza, de lo que no nos deja ser nosotros mismos. Se trata de cambiar el rumbo de nuestra vida, en definitiva, para romper con aquello que no nos deja ser mejores personas, y, por lo tanto, mejores cristianos. En las dos semanas anteriores, hemos meditado en las lecturas sobre el significado del desierto y la montaña. Ahora toca que nos detengamos a meditar sobre el templo. Esta es la tercera etapa de nuestro itinerario cuaresmal. Si cuando se nos hablaba del desierto y de la montaña se nos decía que eran lugares privilegiados para la oración, el templo es más privilegiado aún.
Las fiestas de Pascua eran las celebraciones religiosas más importantes del año para los judíos. Se conmemoraba en ellas la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Jerusalén se llenaba de peregrinos que venían de todas partes. Durante esos días, la gente iba al templo a orar, a ofrecer limosnas, animales y holocaustos. Todos los animales que se ofrecían debían ser puros. Los que habían sido comprados fuera del templo no eran aptos para el sacrificio. Los puros eran los que los sacerdotes vendían en el templo por un precio mucho más elevado. Además, por si esto fuera poco, tenían que comprar estos animales con la moneda propia del templo. Por esta razón, existían muchos puestos que cambiaban las monedas cobrando también una parte. Como vemos, el templo era un gran negocio.
Muchos judíos se conformaban con ofrecer animales a Dios en su templo. Pensaban que con eso agradaban a Dios, aunque después su vida se alejase de lo que Dios mandaba. Caían en un culto vacío. Vemos en el Evangelio cómo Jesús se rebela contra esta práctica, y al entrar al templo y ver que se había convertido en un mercado, expulsó con furia a los vendedores, a los cambistas y a los animales. Jesús realiza uno de los gestos más simbólicos que más debieron llamar la atención y provocar la ira de sus enemigos. Jesús no anula el culto, la oración y la adoración a Dios, sino que Él entendía que debía ser otro el culto: ofrecer la vida por los hermanos, amar al prójimo hasta el extremo, en definitiva, vivir como Él vivió.
Cuando Jesús dijo: “destruid este templo, y lo levantaré en tres días”, no lo entendieron. Estaba hablando del templo de su cuerpo. Esas palabras fueron un signo con el que anunciaba su muerte y resurrección. Jesús, a partir de su muerte y resurrección, se convirtió en el nuevo templo, en el templo verdadero. Él inició la verdadera Pascua. La verdadera liberación no fue la de Egipto, sino la de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna. Así pues, el culto verdadero y agradable a Dios es, como dice San Pablo, ofrecer la propia vida. Todo lo que somos y hacemos es parte de nuestro culto a Dios. Lo que se celebra hay que vivirlo para que no se quede en ritos vacíos.
Lo que dijo Jesús del templo de su cuerpo lo podemos decir de nosotros hoy. Del mismo modo que Dios resucitó a Cristo, también nos resucitará a nosotros si seguimos tras las huellas de Cristo, imitando su modo de vivir y actuar, teniendo como lema el amor y la misericordia.
En nuestra Orden dominicana tenemos muchos Santos que han sido ejemplo de este seguimiento de Cristo. Hoy día muchas personas queremos seguir este modo de vivir apasionante que nos enseñó Santo Domingo de Guzmán. Frailes, monjas, religiosas y laicos hemos dicho sí al Señor y hemos entregado nuestras vidas a Jesucristo, sintiéndonos llamados a hablar de Él, transmitiendo el tesoro que nos ha dejado: su Palabra. ¿Te sientes tú también llamado a anunciar este tesoro?