"Transforma el mundo y sé feliz"


El voto de pobreza es, sin duda, el más evidente de la vida religiosa para quienes nos ven desde fuera. Sin embargo, para nosotros es el más difícil. En la castidad y obediencia, los límites de lo que no hay que hacer están más o menos claros. En la pobreza entran en juego multitud de condicionantes socioeconómicos que dependen en gran medida del tiempo y del lugar. Lo que en un sitio puede ser signo de austeridad, en otro puede serlo de ampulosidad.

  ¿Cómo decir que somos pobres si vivimos en las zonas más caras de las ciudades? ¿Cómo osar defender que somos pobres cuando tenemos perfectamente cubiertas todas nuestras necesidades? ¿Dónde sostener nuestra pobreza si no sabemos cuánto vale una barra de pan o un kilo de acelga? Como mínimo, debemos aceptar que vivimos en una continua contradicción que no es fácil de resolver.

  Quizá lo más llamativo es que estas inconsciencias del día a día vienen dadas por nuestro propio sistema articulado sobre la pobreza. Los dominicos nos guiamos por la Regla de San Agustín (siglo V) que establece que en nuestra vida las cosas son comunes. A día de hoy significa, por ejemplo, que todo lo que ganan los frailes por sus trabajos va a parar a una 'caja común' administrada por un 'tesorero' quien, según la necesidad de cada cual, va repartiendo la 'riqueza' de la comunidad.

  Este modelo tiene grandes ventajas. Permite que unos tengan trabajos remunerados y otros no, nos da la seguridad de que siempre nos cubrirán los hermanos al igual que nosotros siempre cubriremos a los hermanos en momentos de necesidad. Permite también un cierto desapego de las riquezas materiales. Supone, es verdad, una confianza grande en la honradez y capacidad del 'tesorero'. La primera de estas dos cualidades se presupone, que para eso somos hermanos. La segunda resulta menos evidente, pero casi siempre se da. Al fin y al cabo, de tanto vivir juntos nos conocemos y sabemos quién es suficientemente metódico y ordenado como para llevar todas las cuentas y quién no lo es. El sistema entero se basa y necesita la confianza en el hermano; lo que no es bonito, sino sublime.

  Y ahora viene el gran pero, en forma de pregunta. ¿Cuál es el baremo de la necesidad? Aquí no hay respuestas claras, pero quizá sí podamos entresacar algunos criterios generales, que sirvan a religiosos y a todo el mundo.

 

¿Cuántas horas de trabajo son necesarias para comprar aquello que necesito?

   Un buen punto de partida es echar una vista alrededor. ¿Cuánto tendría que trabajar un padre de familia, o un joven con un trabajo precario, para comprar eso que yo necesito? ¿Puede permitírselo? Aquello que voy a comprar, ¿es algo que la mayor parte de la sociedad en que vivo puede poseer, o no? Una buena educación, un viaje, incluso una comida con unos amigos, un libro, un modelo de ordenador (léase tablet o 'smartphone'). ¿Es algo de lo que puede disfrutar la gente que pertenece a la clase media de la sociedad?

  Este criterio plantea un gran desafío. El criterio de clase media cambia, cuando una sociedad está en crecimiento, parece ser que todo el mundo puede acceder a todo. Pero cuando una sociedad entra en crisis económica, muchas cosas que existían antes se vuelven bienes preciados. Un ejemplo: cobrar 1.000 euros al mes en 2009 era vivir en la miseria; cobrarlos hoy día es casi una fortuna.

 

 ¿Qué impactos socioeconómicos y ambientales tiene mi estilo de vida?

  Consumir algo es el mensaje más unívoco que se le puede dar a una empresa. Es lo mismo que decirle: “Sea lo que sea que estás haciendo, continúa haciéndolo”. ¿Que para fabricar esto deforestas la Amazonía? Muy bien. ¿Que estás diseñando camisetas azules y doradas? Sigue. ¿Que las cosen niñas explotadas camboyanas? Continúa. Nuestras acciones se enmarcan en un sistema económico movido por el consumo, el cual es el verdadero poder transformador del mismo. Vivimos un tipo de economía en la que pretenden hacernos pensar que nuestro consumo no tiene ninguna importancia en este sentido. Quizá sea bueno citar aquí la Evangelii Gaudium: “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia” (54). En resumen, ¿qué consecuencias tiene mi estilo de vida para los demás? ¿Me preocupo por ello? ¿Hago lo posible por que sea una acción transformadora?

  Un pequeño paréntesis: a la hora de hablar de estos impactos no deberíamos reducir nuestras acciones al consumo. Separar la basura y reciclarla, esperar a tener suficiente ropa sucia para llenar la lavadora, apagar las luces cuando uno sale de la habitación, conducir suavemente y con las ventanas cerradas para reducir el consumo de combustible... son actitudes que se van ganando en el día a día. Comportamientos que ya no se trata de ser coherente con el voto de pobreza, sino con el mero respeto a la Creación.

 

¿De verdad lo necesito?

  Ese artículo ha pasado los dos filtros. Voy a comprar eso. Es algo que cualquiera se podría permitir y que cumple todos los estándares éticos posibles. Muy bien, he llegado hasta la tienda y estoy sacando la cartera para pagarlo. ¿Lo necesito? La gente feliz consume menos. Por ejemplo, no necesita llevar la ropa de temporada para sentirse bien frente al espejo, tampoco tiene ninguna prisa por emborracharse cada fin de semana, no va a creerse más feliz por tener un coche de más alta gama. En resumen: “Sé feliz, sé pobre”.