Escuchar la voz en el desierto – II DOMINGO DE ADVIENTO
«Una voz grita en el desierto»; es la voz de Juan el Bautista, la voz de Dios que nos invita a una nueva vida, porque lo mejor está por venir: la fiesta ya va a empezar y Dios presidirá el banquete. En el desierto la voz grita porque el silencio permite que el sonido llegue lejos. ¡Qué lejana es nuestra cultura de ese silencio! Ahora la voz debe gritar para sobreponerse al ruido y, así, lograr que se escuche el mensaje. Pero la voz no pretende competir con el ruido, sino acallarlo, «domesticar» los oídos y acostumbrarlos a la dulzura del Evangelio.
Ese es el primer reto que nos propone el Evangelio en este segundo domingo de Adviento: callar y adentrarnos en el desierto. La palabra de Dios nos invita a «preparar el camino del Señor». Pero la acción de Dios no ocurre al margen de la historia, o simplemente en el ámbito de lo privado; el Evangelio de Lucas sitúa los acontecimientos en un momento histórico determinado. Esto indica que la verdadera fe debe reflejarse en todos los ámbitos de la vida del creyente y, así, como consecuencia, irá transformando los diferentes contextos —no siempre favorables al Evangelio— en que los viven los cristianos.
Sin embargo, antes de llegar a ese anhelado momento en que la acción de Dios transforme definitivamente la historia, es necesario escuchar la voz que grita en el desierto. No se puede llegar a la meta sin haber recorrido el camino. Hay que acallar los ruidos que nos afligen, nos distraen y no nos permiten enfocarnos en las cosas verdaderamente importantes. Hay que adentrarse en el desierto. Poco a poco, pero decididamente, la salvación de Dios va a ir transformando nuestra historia ¡y la historia de todos los que nos rodean! Porque la redención no se reduce a un acontecimiento personal, sino a una experiencia que engloba a todos los hijos de Dios.